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domingo, 16 de diciembre de 2012

19. [S.Th.] Iconografía: El icono de la Natividad

 

Los iconos
San Juan Damasceno escribió que lo que es la palabra para el oído lo es el icono para la vista. Es verdad que Cristo es revelación del Padre como Palabra Eterna, que expresa en sí mismo todo el misterio divino, pero también es verdad que Cristo es imagen visible de Dios invisible (Col 2, 15). De modo que el Hijo Eterno del Padre ha venido a ser para nosotros revelación divina en plenitud, no sólo Palabra Eterna sino también Palabra Encarnada, λόγος ἔνσαρκος, e Imagen del Padre,  εἰκὼν τοῦ θεοῦ τοῦ ἀοράτου. Así, en Jesucristo no sólo hemos escuchado a Dios, sino que en su misma carne y humanidad le hemos visto. Hemos visto el rostro de Dios, en el Hijo hecho carne. Y hemos visto, también, su ministerio salvífico, del mismo modo que hemos escuchado su enseñanza redentora.

La Iglesia conserva en su memoria no sólo las palabras de Cristo, sino también cada uno de los hechos salvíficos que ha tenido la dicha de presenciar. De todo lo que ha visto y oído de Dios en la plenitud de los tiempos da un testimonio veraz. La Tradición de la Iglesia se ha sentido responsable de conservar la memoria del rostro y de la manifestación de Dios en sus palabras y en todos sus acontecimientos en el sentido más profundo de la fe y de la revelación que comunican. Por ello los iconos en cuanto a imagen tienen una profunda relación con la sagrada escritura y con la sagrada tradición, al mismo tiempo que no representan los acontecimientos “tal cual sucedieronen un sentido histórico, e incluso lógico temporal, sino que muestran los acontecimientos en el sentido más profundo de la fe. Por eso es que podemos decir que el icono es Teología en Imagen.

El iconógrafo escribe el icono, no lo pinta, porque está consciente de que consagra en imagen la Palabra viva de Dios, del mismo modo que el Verbo al encarnarse se hizo visible. Además reconoce que así como el Hijo se encarnó por obra del Espíritu Santo, del mismo modo, él escribe el Rostro de Cristo por obra del Espíritu Santo, siendo el mismo Espíritu Santo el iconógrafo divino. Así cuando el fiel se acerca al icono se acerca a un espacio sagrado de revelación, de encuentro con Dios, de contemplación orante y de culto Divino, en la veneración del mismo icono - δουλίᾳ - que eleva el espíritu a la adoración de la Trinidad, λατρεία.



La contemplación del misterio en el icono
El icono, es un espacio de encuentro con Dios, con su Palabra visible y con los acontecimientos históricos de la salvación. De modo que es, también, una ocasión privilegiada no sólo para promover la actitud orante de los fieles sino también para explicar las verdades de la fe con el auxilio de la estructura simbólica de la imagen.

Es un medio altamente privilegiado para la catequesis y la meditación ya que sigue la estructura cognoscitiva humana, que va de la imagen sensible al conocimiento intelectual, apoyada por la palabra explicativa que vincula lo que se ve, el icono, con lo que no se ve tan claramente, la Palabra de Dios Escrita, y la Tradición.



Los iconos de la Natividad
 En medio de la tradición iconográfica cristiana, sobre todo en oriente, tienen una particular relevancia los iconos de la Natividad, no sólo por representar un momento específico de la vida de Cristo, su nacimiento, sino porque intentan comunicar el sentido profundo de la fe en la encarnación del Hijo de Dios.

Desde el punto de vista de la Palabra de Dios que acompaña al icono, para los iconos de la encarnación se cuenta con los relatos del nacimiento presentes en los evangelios sinópticos, el prólogo del evangelio de Juan y junto con él todos los testimonios de la pre-existencia de el Verbo que en el NT dan solidez a la fe de la encarnación y de modo particular los evangelios de la infancia, en los textos de Lucas y de Mateo. Sin olvidar con ello todo el material profético y vetero-testamentario que ilumina el acontecimiento de la Natividad y que de modo particular aparece en la liturgia romana del adviento.

Los evangelios de la infancia son sumamente importantes en los iconos de la natividad puesto que, en ellos, al no seguir una lógica cronológica, se intenta presentar el acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios y de su manifestación epifánica progresiva y creciente hasta llegar al gran momento teofánico que en Oriente se ha identificado con el Bautismo. Así, es común encontrar en los iconos de la natividad toda una serie de acontecimientos que van desde los momentos previos al nacimiento hasta la huida a Egipto (que no aparece en el de Rublev pero en otros iconos si), cerrando con ello el ciclo de la infancia de Jesús en la tensión hacia la espera de la epifanía del Bautismo y con ello del inicio de su ministerio en la vida pública.

 
El icono de la Natividad de Rublev
El icono que presentamos para su contemplación es un icono que tradicionalmente ha sido atribuido a Rublev. No es muy significativo para nuestro estudio el problema crítico de autenticidad sino el icono mismo y lo que contiene dado que representa un icono tradicional de la Natividad, y la mayoría de los iconos de la Natividad contienen los mismos o semejantes elementos a los que podemos encontrar en este.

El encuentro con el icono debe de hacerse en actitud orante. No se está frente al icono como el crítico de arte, sino como el hombre de fe que busca el encuentro con Dios, la iluminación de su fe y el ensanchamiento de su corazón. Así que después de invocar a Dios lo primero que se debe hacer es contemplar el icono en si mismo, poner atención en todos sus elementos, sus planos, sus dimensiones, sus colores, etc. Dejar que el icono empiece a hablar al corazón. Después hay que poner atención en cada una de sus partes y preguntarse cuál es el sentido de la fe que comunica cada una de ellas. Leer un icono, contemplarlo y orar frente a él no es un acto individualista, es un acto eclesial, del mismo modo que lo es escuchar la Palabra. No es posible interpretar el icono al margen de la tradición que le dio origen y de la tradición interpretativa que le acompaña y que muchas veces se transmite oralmente entre los fieles. Así que todas las interrogantes que surgen al contemplar el icono deben encontrar su respuesta en la misma fe interpretativa que le ha dado origen creativo según los sagrados cánones de la iconografía. Una vez contemplados los detalles se puede suscitar la interrogación y continuar a las explicaciones que provienen de la Tradición y de la Palabra sabiendo que los iconos por ser realidades sagradas llenas de la vida del Espíritu trascienden cualquier explicación y son siempre fuente de nuevas contemplaciones e iluminaciones. Así pues, procedemos a la explicación de algunos de sus detalles.

 
El monte

Mientras que en la economía de la revelación de la Antigua Alianza el monte y especialmente su cumbre era el lugar privilegiado en donde Dios manifestaría su bondad, su fuerza, su poder, incluso de un modo temible, como en el caso del Sinaí con Moisés, ahora en la nueva Economía aparece el mismo monte como el lugar de la manifestación de Dios. Rublev hace explícito este detalle de exégesis canónica al poner en la cumbre del monte la fuente de la luz divina que baja hasta el lugar en donde está Jesucristo. Y aquí está la principal novedad. Dios ya no está en la cumbre. Dios ha descendido y una estrella baja del cielo para indicar que el lugar de Dios ya no es el cielo sino la tierra. Dios ha puesto su morada entre nosotros.  

Pero no es el único detalle respecto al monte. Veamos que hay dos montes que se distinguen claramente pero se unen en la base. Este detalle tampoco es fortuito es la forma en la que el iconógrafo representa la unión sagrada entre lo divino y lo humano en la base de la persona de Cristo. El iconógrafo distingue las dos naturalezas de Cristo al mismo tiempo que las une en la persona del pequeño que aparece al centro del icono. De este modo la montaña misma es Cristo, el lugar, el espacio sagrado en donde el hombre se acerca a Dios y en donde Dios se acerca al hombre. Cristo es el monte, la roca, que tiene dos cumbres, una humana y otra divina y que se encuentran unidas ambas en la misma realidad de su persona. Se distinguen sin confundirse pero no se separarán jamás.




Los ángeles
Dado que Dios mismo ha descendido del cielo en la persona del Hijo, los ángeles han descendido también. Encontramos dos planos diferentes en los que se desenvuelve la presencia de los ángeles. El primer plano es alrededor del niño. Ahí están adorando a Dios. La gloria de Dios ya no se encuentra sólo en las alturas de su trascendencia divina, sino que ha descendido a la tierra en la humildad de un niño trayendo la paz a a los hombres. Ahí los ángeles continúan su adoración a Dios, pero ahora dirigen su mirada al mundo creado en donde Dios se ha hecho hombre, ha entrado en el tiempo y al espacio. 

El segundo grupo de los ángeles no se encuentra alrededor de Dios adorándolo sino que se encuentra alrededor de Dios cumpliendo la misión de anunciar a los hombres el gran acontecimiento. Así encontramos por un lado algunos ángeles dando la noticia a los pastores según el texto de la escritura, y por otro lado dando la noticia y guiando a los sabios de oriente.


La cueva
Todo el dinamismo de la imagen gira en torno de la centralidad de cristo en la cueva. Por un lado este hecho hace alusión al evangelio de Lucas en donde dice que no tenían sitio ni albergue (Lc 2, 7) pero, por otro lado, tiene también un significado más profundo. La cueva es oscura. Es totalmente negra y tal oscuridad significa la oscuridad del mundo. Este color y este juego simbólico aparece también en el icono de Pentecostés. Dios desciende hasta nosotros de lo alto del cielo y desciende como luz en medio de las tinieblas en las que se encuentra el mundo.


El niño
Todo el icono gira en torno al niño Jesús. El autor del icono ha logrado establecer las relaciones de todos los elementos con el niño de modo que aunque algunos de ellos sean mayores en tamaño o incluso en gloria visible como los ángeles o la Virgen María, no se confunda el que contempla el icono y aparezca todo elemento subordinado a Jesucristo. Lo primero que salta a la vista es que el niño no aparece envuelto en pañales sino envuelto en sudarios y mortajas. Su envoltura es una envoltura funeraria. Con esto el iconógrafo quiere mostrar que el mismo acontecimiento de la encarnación significa en si mismo que Dios ha hecho suyo todo lo humano. Que Dios ha nacido en humanidad significa que Dios ha de morir en la persona del Verbo encarnado. Pero no sólo como dato antropológico sino como acontecimiento salvífico. Es precisamente el Verbo de Dios hecho carne el que a través de su muerte se hará la luz de las naciones y atraerá a todos hacia si. En algunos iconos se observa al niño en el pesebre, lugar en donde comen los animales, dato que proviene de Lc, 2,16 pero en este icono y en algunos otros la figura dista mucho de la representación del pesebre sino que evoca a la tumba, al santo sepulcro que verá no sólo el cuerpo sin vida del Hijo de Dios sino la misma resurrección. De este modo el iconógrafo vincula la Natividad con la muerte y la resurrección de Cristo y de este modo deja manifiesto que el Verbo eterno del Padre se ha encarnado para morir y resucitar y de este modo ser luz y salvación para todos los hombres. El icono también tiene un sentido eucarístico. En la divina liturgia de San Juan Crisóstomo el rito inicia en un lugar especialmente designado para la preparación del sacrificio, y este lugar se halla usualmente bajo el icono de la Natividad. De este modo la liturgia reconoce que la Natividad es el origen del culto cristiano, la preparación del sacrificio, pero también reconoce que cada liturgia es de modo auténtico la misma Natividad, en donde el Hijo de Dios desciende para ofrecerse como sacrificio y darse como alimento para la vida del mundo. Es significativo no sólo el nombre de la ciudad de Belén que significa “casa de pan” y el hecho de que descanse en un “comedero” sino que de modo más profundo es su sacrificio lo que lo hace alimento como lo quiso expresar Nuestro Señor en las palabras de institución: Tomad y comed todos de Él, porque ESTO ES MI CUERPO, que será entregado por vosotros + Tomar y beber todos de Él porque ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados +.



Las parteras
En algunos de los iconos de la Natividad aparece en el costado derecho inferior un par de mujeres que lavan unos paños. En otros iconos de la Natividad aparece en este mismo espacio la huida a Egipto. ¿Por qué se han puesto a las parteras en el icono? Era costumbre que algunas mujeres ayudaran a la mujer al dar a luz y después limpiaran al niño además de encargarse del cordón umbilical. ¿Por qué hacer explícito este detalle, qué no aparece en los textos y que parece una mera suposición? La intención es nuevamente teológica. El autor del icono quiere dejar manifiesto que Jesucristo siendo Dios es verdadero hombre y no es hombre en apariencia, por eso la importancia de que aparezcan las parturientas limpiándolo y encargándose de la unión carnal que tenía con María en el cordón umbilical.

 

La Theotokos
En este icono tienen un lugar eminente la Virgen Madre de Dios aunque secundario respecto a Nuestro Divino Salvador. Los distintos iconos varían en las posturas de María según las actitudes que deseen mostrar en él. En algunos aparece María de rodillas frente al niño. En otros sentada en contemplación del niño con mucha cercanía y de este modo estableciendo lo que sería un primer icono del tipo eleusa es decir de la ternura. Pero en todos ellos aparece un dato común. María no está incomoda en la cueva sino que aparece recostada o sentada sobre un manto de color rojo. El rojo en la iconografía significa la divinidad. Por ello la Theotokos siempre aparece revestida de rojo, divinizada por la gracia. De este modo el iconógrafo aunque deja claro que ha nacido un verdadero niño que también es Dios, este nacimiento no ha sido un nacimiento ordinario. Ella tiene como Theotokos un auxilio especial en el parto, un auxilio que le da una disposición de comodidad. Esto sin embargo contrasta, en este icono, con el hecho de que María aparece acostada, como fatigada y de espaldas al niño. Mucho se ha escrito sobre este dato del icono de Rublev, algunos dicen que está de espaldas porque el misterio del Hijo de Dios hecho hombre es tan deslumbrante que ella prefiere no mirarlo directamente, algunos evocan simplemente a su cansancio. Así que en estos detalles aparece la paradoja del parto y de la Natividad de Jesús: María aparece Virgen y coronada de tres estrellas que significan su virginidad perpetua, al mismo tiempo el icono evoca un parto real, con un auxilio divino misterioso que preserva la virginidad en el alumbramiento pero que al mismo tiempo parece dejarla exhausta como una Madre que ha descansado después de una larga espera y de un largo viaje.

 

La noche de José y la luz del astro
En el costado inferior izquierdo usualmente aparece San José. Normalmente aparece envuelto en oscuridad, meditativo y en actitud de oración. Aparece en muchos casos con un ermitaño que le habla al oído. En estos signos se representa la duda de José. San José frente a la noticia de la espera de María se queda perplejo tal como es narrado en Mt 1,19-25. Las dudas que experimenta San José frente al acontecimiento inaudito de la anunciación y de la concepción virginal de María, son dudas que San José lleva en la soledad de su corazón, de ahí que la interpretación más común del ermitaño evocan el espíritu orante de San José y a la noche de su corazón. Pero aquí nuevamente el iconógrafo va más allá y muestra en José, varón justo, la realidad de todo el pueblo de Israel frente a Jesús. Todo el pueblo está en noche, en dudas que ha de ir resolviendo en la oración y en la escucha atenta de la Palabra. Mientras aparece José representando al pueblo de Israel en su noche, aparecen también los magos de oriente que en la noche son guiados por la luz del misterioso astro que los acerca a Cristo. Así, toda la humanidad aparece representada alrededor de Cristo, los paganos en los magos de oriente, Israel en San José, y los pobres de espíritu en los pastores. Aquí aparecen el cielo y la tierra unidos alrededor del Verbo Encarnado que se prepara para salvar a la humanidad y que es por primera vez visible en la humildad y en la sencillez de un niño pequeño que busca los brazos de María.