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sábado, 14 de noviembre de 2015

54. [Ph.] [Conferencia] El carácter esencialmente religioso de la conciencia, Sociedad Mexicana de Filosofía

SOCIEDAD MEXICANA DE FILOSOFÍA
Congreso Nacional de Filosofía
LA CONCIENCIA
MESA REDONDA: LA CONCIENCIA Y LA RELIGIÓN

1. Existe una relación natural entre conciencia y religión. Si consideramos la “conciencia” como todos y cada uno de los actos propios de la interioridad, tanto los cognoscitivos, incluyendo la percepción, la aprehensión del ente y los juicios que nacen en el entendimiento, como los apetitivos en cuanto manifiestos, podemos establecer un carácter esencialmente religioso de la conciencia.

2. Esta afirmación se funda en que la conciencia se establece en la base común de todos los actos subjetivos: el encuentro entre la persona y el ser. En este sentido podemos decir que la conciencia es siempre conciencia del ser, y, como afirmaba Octavio Nicolás Derisi o se manifiesta como conciencia del ser transubjetivo, o del ser inmanente. En otras palabras, la conciencia del ser, o es conciencia del “ser poseído” o es conciencia del “ser” exterior. Esto visto de manera integral puede expresarse así: en un mismo acto del entendimiento aparece tanto el ser conocido como la conciencia del ser que conoce, es decir del yo; o bien la conciencia del yo sobre la base de la experiencia del ser.

3. La conciencia del ser finito, aparece primeramente como conciencia del ente corpóreo que siendo el objeto propio del entendimiento humano también es el primer dato de la conciencia. De la experiencia del ente corpóreo que incluye la concomitancia del sujeto que conoce, se puede conocer el ser espiritual, primeramente del alma, que sustenta metafísicamente el mismo dinamismo de la conciencia. De esta experiencia se deriva la experiencia del ser espiritual, el ser finito que no está necesariamente reducido a la materia, aunque se exprese y se conozca a través de ella.

4. En la conciencia del ser finito, material y espiritual, aparece, un dato más: el ser finito es, sin ser él mismo la causa de su propio existir, y, por tanto, de la conciencia del ser finito se afirma necesariamente en su propio dinamismo, la existencia del Ser subsistente y eterno, como causa y principio del ser finito. De este modo señalamos que la conciencia del ser finito, incluye en sí mismo, la posibilidad del asenso metafísico a la conciencia del ser eterno, Dios, como su fundamento causal y también como razón de la perfección propia de cada ente. En este sentido, Dios mismo aparecería como el fundamento de todo acto de la conciencia por cuanto que el ser, tanto inmanente, es decir del yo, como transubjetivo, son por razón del ser eterno.

5. Ahora bien, esto no sólo se afirma del entendimiento especulativo, sino también en el orden práctico. Así como el Ser eterno y necesario, es la causa del ente finito y contingente, la dinámica apetitiva que aparece en la conciencia cuando se aprehende al ente no sólo como verdadero sino en razón de  fin, y, por tanto, como bien, en cuanto perfectivo y consumativo, es esencialmente religiosa. Y esto lo decimos porque de modo semejante a lo que hemos afirmado previamente, la razón misma de bien se funda sobre el ser participado, en cuanto a que el mismo ser participado es en alguna medida, la de su esencia, perfecto y perfeccionador. Es decir, el ente es bueno por participar de la bondad del Sumo Bien según un modo de ser.

6. Siguiendo esta argumentación podemos afirmar que Dios no sólo es el primer principio de la bondad ontológica participando la bondad a cada ente, sino que en cada ente finito y contingente, al haber potencia tiene una radical perfectibilidad. Viniendo su perfección actual de Dios, también encuentra en él su razón absoluta de perfección y consumación no sólo como principio sino también como fin. A esto se refiere Santo Tomás cuando afirma que Dios no sólo es el Sumo Bien, sino también el Bonum in comune, el bien para todos los entes finitos.

7. El hombre, cuya conciencia del ser posibilita su actuar, actúa desde el principio intrínseco de su voluntad indeterminada respecto a los bienes finitos según el conocimiento formal que adquiere de ellos en razón de fin “voluntas ut ratio”, es decir conforme a la conciencia subjetiva que tiene del ente en relación a sí mismo. Pero, al mismo tiempo, su voluntad está determinada respecto al Sumo Bien, Dios, como objeto natural “voluntas ut naturam” de su apetito. Siguiendo esta afirmación de San Agustín podemos decir que la estructura misma de la moralidad es también esencialmente religiosa, independientemente de la claridad de la conciencia respecto al fin último, por cuanto Dios es el fin último objetivo de la acción.

8. El carácter intrínsecamente religioso de la moral, aunque es evidente en sí mismo, no lo es para el hombre sino a través de un proceso racional según el cual pueda ordenar su acción respecto a los bienes humanos en razón del fin último, Dios. Este es el principio necesario para el actuar razonable, que dota de sentido, orden, dirección, y contenido moral al obrar humano y a la vida humana.  El obrar humano para hacerse plenamente consciente de su propio dinamismo y responder a él requiere partir de la consideración del fin último para ordenar su acción hacia él. Por eso Santo Tomás, funda la moral en el tratado de la bienaventuranza en el que incluye no sólo a Dios como Sumo Bien sino también como Sumo Bien para el hombre libre, al ser sólo Él el fin que puede darle plenitud ontológica y consumarlo en la bienaventuranza.

9. Al afirmar el carácter intrínsecamente religioso del fin último debemos afirmar también el carácter intrínsecamente religioso de la norma moral. Más aún es en la experiencia moral donde aparece quizá con mayor claridad el carácter religioso de la moral. Y esto, precisamente, porque el hombre se descubre, en la conciencia de su propia acción, obligado a hacer el bien y a evitar el mal, conforme a la recta razón, obligación que no implica necesidad, sino que se impone en su conciencia en el horizonte de su libertad.

10. Pero la norma moral, no está determinada por el hombre mismo en su conciencia, sino por el autor de su naturaleza, es decir por Dios en cuanto a creador, y consumador de su naturaleza es decir, en cuanto fin último de su existencia. Así como en el orden especulativo la conciencia se establece en el encuentro con el ser, siendo el ser la medida de la conciencia en los actos de la interioridad, en el orden moral, la conciencia se establece en la consideración del acto humano o de la persona que actúa, siendo su relación con el fin último y la norma moral la medida de su moralidad.  En este sentido la norma moral relaciona la interioridad misma de la conciencia no sólo con el ser transubjetivo ni sólo con el Ser eterno y necesario en cuanto conocida su existencia, sino específicamente con la voluntad divina para la acción libre, y, por tanto, vincula religiosamente cada acto humano con Dios autor de la ley.

11. La conciencia de la acción manifiesta tanto al ser inmanente que es el sujeto moral en cuanto agente, como la acción misma ya sea antecedentemente o consecuentemente en relación a la norma moral, y por tanto, a Dios en cuanto a su autor y fin último. Y, mientras que la conciencia es un hecho fundamentalmente subjetivo, la constitución del acto de la conciencia moral implica el carácter objetivo de la norma como principio extrínseco, es decir, no determinado por el sujeto aunque aparezca en su interioridad como manifestativo del bien humano y de la voluntad divina. Este carácter manifestativo de la conciencia moral respecto a la ley natural, y, por tanto, respecto a la voluntad divina hace de su juicio normativo e implica el orden de la justicia, es decir, el de la retribución de la acción.

12. De estas notas se deriva el carácter específico del juicio moral que aparece en la conciencia: la conciencia juzga sobre su acto conforme a la razón de bien. Si el juicio se funda en la razón de bien, aunque sea un acto subjetivo, su aspecto formal es objetivo. El aspecto formal del juicio moral en la conciencia, entonces, es la ley natural que establece la razón de bien para el hombre, conocida por la recta razón. Y esto nos lleva a una conclusión fundamental: si el acto humano es moral por ser materialmente libre y por ser formalmente normado por la ley natural, su carácter libre en relación a la norma moral hace que todo acto libre sea esencialmente religioso, en cuanto significa una respuesta a la voluntad divina manifestada en la conciencia, ya sea en sentido positivo o en sentido negativo, pero en ambos casos significando relación determinativa con Dios.

13. Santo Tomás de Aquino al hablar sobre la virtud de la religión dice que la esencia de la religión es el orden a Dios, ya sea por reelección o por religación. Y señala que el hombre debe ligarse a Dios como a su principio indeficiente y al mismo tiempo tender sin cesar hacia él en su elección como fin último. Estas notas, que son esenciales a la religión, se cumplen en todo lo que hemos dicho, tanto desde el punto de vista de la conciencia psicológica que refiere al orden especulativo como la que refiere al orden práctico. Son precisamente el conocimiento y la elección de Dios, los actos supremos de la subjetividad, pero no sólo como actos aislados y superiores, sino como ordenadores de sentido del resto de sus actos.  

14. Ahora bien, la religión es la cumbre de la vida moral como enseña Santo Tomás, porque mientras que las virtudes morales se desarrollan sobre los medios que se ordenan a Dios como fin, la religión realiza lo que se ordena hacia Dios. Y esto en un sentido primeramente interior que implica el conocimiento amoroso de Dios y, junto con él, en un sentido exterior que integre tanto la dimensión corpórea como social para la manifestación del honor divino en la cultura. De este modo la religión no sólo se eleva como la cumbre de la vida moral sino también de la vida social. Luego, integrando la vida especulativa y moral en la virtud de la religión, descubrimos su carácter humano más integral. El hombre religioso se esfuerza por conocer a Dios, cumplir su voluntad y rendirle honor.

15. Si no afirmamos el carácter intrínsecamente religioso de la conciencia, descubriendo en el dinamismo mismo del ser y del bien al principio del ser y de la bondad, Dios, la conciencia humana tanto del ser como del bien se hace absoluta, autónoma, y creativa tanto de sus objetos intelectuales como de su norma moral. La conciencia “absoluta” de la modernidad, en realidad, aunque parezca afirmación de la conciencia es su disolución, porque al no fundar la conciencia en la estabilidad del Ser eterno, y fundarla en la contingencia del ser inmanente, se queda sin fundamento real y se disuelve en la nada. La conciencia “absoluta” de la modernidad, es idealista en el orden especulativo, perdiendo su relación al ser, es relativista en el orden moral perdiendo su relación al bien y es nihilista en su fundamento perdiendo su relación con el todo.

16. Un intento de fundar la conciencia en el ser transubjetivo del “Tu”, del otro, de la “persona” sin llegar al Ser eterno, como fundamento del ser personal es gravemente deficiente. La conciencia “personalista” de la modernidad, tampoco logra fundar la razón del ser contingente ni mucho menos la razón de bien que queda reducida al respeto del “otro”, renunciando a la consideración objetiva del bien, del fin último y de la norma moral, haciendo del “otro” y del “yo” la única fuente de la moralidad. Únicamente afirmando el sentido religioso del entendimiento, de la voluntad, del fin último, de la norma moral, de la moralidad en sí misma, de la persona y de la sociedad, podemos comprender el altísimo valor de la conciencia y su dignidad real. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

53. [S.Th.] [Reflexión] El Evangelio: principio de diagnóstico, estrategia y acción de los cristianos en el mundo.

ENCUENTRO DE LÍDERES SOCIALES
"Participación en la Política a favor de la familia, de los niños y adolescentes y de la educación."
7 de noviembre de 2015
IMDOSOC, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana


La acción humana, en su unidad integral está precedida por el conocimiento. La interioridad del sujeto moral se expresa en el mundo a través de su acción, que tiene como principio a la persona que conoce el mundo, a la comunidad y a Dios. De su propia reflexión surge su acción y se estructura según ella. La capacidad transformadora del mundo, de las personas y de las comunidades, surge de la contemplación de la realidad con una mirada atenta que impacta  el corazón humano moviendo sus fuerzas hacia lo mejor, lo mas perfecto, lo mas justo.

La reflexión que ilumina la acción es un conocimiento práctico que se ordena conforme a las posibilidades de la razón. La razón que piensa al hombre, al mundo, a la comunidad y a Dios se estructura como idea práctica. Y un primer criterio para el actuar humano es el actuar razonable, conforme a la recta razón que ilumina con la fuerza de la verdad el bien humano procurado en su actividad integral.

Actuar conforme a la razón significa descubrir en el juicio práctico, un principio extrínseco normativo, de lo justo, lo razonable, lo bueno, lo que debe hacerse y lo que debe evitarse: la ley natural. Es extrínseco porque lo precede, lo descubre inherente a su humanidad, no lo crea. Lo precede como le precede el cosmos, su propia naturaleza, la misma comunidad humana y Dios. Pero siendo extrínseco se hace próximo al juicio, interior a su subjetividad en la idea práctica que sustenta su acción y la cualifica.

Obrar conforme a la razón implica la apertura trascendente hacia Dios y no su exclusión. Cuando esta apertura se hace escucha razonable de la Palabra y promueve su aceptación, la fe ilumina la razón y engrandece inmensamente sus posibilidades. La aceptación de la revelación en la historia significa reconocer que el Creador quien puede ser conocido a través del cosmos, al menos como su principio, no es ajeno al orden humano sino su guardián y su custodio.

La Palabra, entonces, aparece como iluminación definitiva para conocer el misterio divino y el misterio humano hasta llegar a la plenitud. Esta plenitud la afirmamos en el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación quien revela plenamente al hombre al hombre mismo, mostrándole su más auténtica dignidad y vocación trascendente. Esta convicción está a la base del reconocimiento creyente que afirma que la fe, y el Evangelio de Jesucristo, tienen una palabra de vida, plenitud y justicia respecto al hombre como persona y respecto a su vida social.

La DSI tiene en esta convicción su fundamento: es la luz divina que resplandece en la realidad humana de Cristo, la idea verdaderamente práctica de promoción humana.  Por tanto, el principio integral de diagnóstico no sólo es la acción razonable sino que es el discernimiento evangélico tanto para el análisis de la realidad como para el análisis  estratégico, es decir, de consejo y elección de las mejores opciones reales y posibles en el orden prudencial. Y también lo es en la acción misma que se constituye plena cuando es desde su origen acción razonable iluminada por la fe. Sólo esta integralidad de la acción cristiana en el mundo puede verdaderamente transformar con la fuerza de la verdad divina y el impulso de la gracia, toda la realidad.

A este momento podemos establecer un segundo principio que integra el primero y lo perfecciona : el principio de la acción de los cristianos en la vida pública es el actuar razonable iluminado por la fe. La acción de los cristianos en el mundo, y, particularmente en las realidades humanas y temporales, no puede reducirse a la acción razonable clausurada al sentido religioso más profundo de la fe. Es decir, la acción de los cristianos o es cristiana, o se traiciona a si misma, agraviando la fe, y, por tanto, cayendo no sólo en incongruencia sino disminuyendo gravemente su capacidad activa de transformación más profunda.

El tercer principio que les presento se deriva de un razonamiento diverso que omito y simplemente enuncio: la mutua responsabilidad respecto al bien personal y social, que exige la participación de todos en la acción para el bien común. Somos mutuamente responsables, los unos de los otros, y, todos juntos de la comunidad entera. En esta perspectiva la acción personal del sujeto moral es siempre social e impacta la comunidad. Sobre la base de este principio se edifica la justicia.

Esta común responsabilidad nos debe llevar a orientar la acción común para el desarrollo integral respecto a las prioridades mismas de la comunidad que aunque son diversas requieren un ordenamiento conforme a la vulnerabilidad de sus miembros. Los miembros más vulnerables, aquellos que no pueden fácilmente promover su propio desarrollo deben de ser protegidos por la acción común, las leyes y las instituciones.  Concomitántemente a la vulnerabilidad es importante considerar para ordenar rectamente el obrar personal y comunitario la estructura misma de la sociedad, y conforme a ella establecer las prioridades prácticas.

En este sentido, respecto a los miembros vulnerables de nuestra comunidad nacional, es necesario dirigir los esfuerzos hacia la protección del no-nacido, de los niños y adolescentes, y de los más empobrecidos a través de acciones diversas. Respecto a la estructura misma de la sociedad, la prioridad debe de ser su forma originaria y más fundamental: la familia. Y respecto a la vía para la renovación moral, religiosa y social la prioridad sin duda es la educación.