Queridos
hermanos: en este día tan hermoso en el que algunos de nuestros hermanos se han
presentado ante el altar para pedir ser admitidos a la SVA Cruzados de Cristo
Rey, y algunos otros, después de haber vivido durante algún tiempo sus
compromisos sagrados, piden ser admitidos a su renovación, el Señor nos dirige
una Palabra llena de significado para poder comprender el misterio de la
vocación y de la vida cristiana.
En
primer lugar, se ha hecho presente el gran profeta Elías. La vocación de Elías
surge en medio de unas tinieblas severamente densas. El Rey Ajáb y su esposa
Jezabel habían abandonado la alianza, adorado a los ídolos y mandado asesinar a
los profetas del Señor. El pueblo mismo estaba en la oscuridad del pecado y
parecía que la noche no acabaría. Sin embargo, Elías profetizó y luchó en
contra de la idolatría en el Monte Carmelo. Venció con el poder de Dios la
tiranía de los ídolos, y, a pesar de ello, tuvo que huir y esconderse de
Jezabel que quería matarlo. Pero el Señor no lo abandonó. En medio de la
tristeza, de la desolación del desierto, un ángel enviado por Dios le dijo “Levántate
y come”, “te queda un camino muy largo”. Se levantó y comió y con la fuerza de
aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de
Dios el Horeb. Estando en el monte Horeb Elías entró a una cueva en donde Dios
le habló preguntándole: ¿qué haces aquí Elías? Y Elías respondió: “Ardo de celo
por Dios”.
Queridos
hermanos: ustedes también como Elías, en medio de un mundo lleno de idolatrías
y vanidades son llamados a seguir al Señor. Y el Señor también les pregunta a
cada uno: ¿Qué haces aquí? Su respuesta llena de amor debe de resonar también
en este lugar “Ardo de celo por Dios”. Seguidamente, el Señor le pidió a Elías
salir de la cueva y se le manifestó en el “susurro de una brisa suave”. Con
esto, el Señor nos indica también el modo en el que se nos manifestará a
nosotros y se les manifestará a ustedes. La vocación, mis hermanos, es un
misterio de la gracia que aparece en lo más profundo del alma. No busquen al
Señor en grandezas ni en señales extraordinarias. Búsquenlo en el “susurro de
una brisa suave”, en el interior de su corazón. Allí ustedes podrán cada día,
si están atentos, encontrar al Señor que les susurra por medio de su Espíritu y
los invita a entregarse a Él, a seguirlo. A partir de ahora tendrán como
principal responsabilidad buscar siempre la brisa suave del amor de Dios que
los llama y los sostiene en la misión. Aliméntense ustedes también del “pan de
los ángeles” y vayan al encuentro del Señor, “tomen y coman” del sagrado
banquete que “les queda un camino muy largo”.
Pero
no olviden que el Señor no sólo los llama, sino que Él quiere enviarlos. Así
también San Pablo lleno del celo del amor de Cristo nos señala que el celo por
Dios es celo por el bien de los hermanos, de los que no conocen a Cristo, de
los que no conocen su amor, de los que viven en graves pecados. Aprendamos a
“sentir una gran pena y un dolor incesante en el corazón” por el bien de los
hermanos, hasta el punto en el que lleguemos a desear entregar nuestra vida por
ellos para que todos puedan alcanzar el amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús.
San
Mateo nos narra un acontecimiento de la vida de Jesús que podemos entender
también en unidad con lo que hemos dicho. Jesús, en el momento narrado, ya ha
fundado una comunidad importante y ha predicado ampliamente en distintos
lugares, proclamando el Reino de Dios a través de sus Palabras y de los Signos.
Inmediatamente
antes de este Evangelio encontramos la primera multiplicación de los panes
después de la cual Jesús “subió al monte a orar a solas”. Elías, después de
comer el “pan de ángeles” se retira al monte Horeb. Jesús, después de alimentar
a las multitudes, se retira al monte a encontrarse con su Padre. Mientras
tanto, los discípulos se habían embarcado y el tiempo pasó. La noche llegó y
Jesús permaneció en oración ante el Padre. Pero los discípulos en la barca,
lejos de la tierra, empezaron a padecer siendo sacudidos por las olas y por
vientos contrarios.
Ellos
ya habían conocido el poder de Jesús sobre la naturaleza y la calma que
sobrevenía a su Palabra de autoridad. Sin embargo, ahora no estaba Jesús con
ellos, como en aquel otro momento cuando había mandado a los vientos y a las
aguas la calma. Y Jesús los dejó toda la noche aparentemente solos. Ellos no lo
veían. San Agustín dice que en este hecho se significa el tiempo de la Iglesia.
Jesús ha ascendido hasta el Padre para interceder por nosotros. La Iglesia es
la barca sostenida por la oración de Jesús y el mundo es el mar tempestuoso que
tiene vientos contrarios a la salvación. San Hilario dice que los vientos y las
tormentas son levantados contra ellos por el espíritu del mal mientras llega el
“alba” que señala el retorno glorioso de Cristo que está ya cerca.
Y los discípulos vieron algo desconcertante que los llenó de temor y en medio del desconcierto se escuchó la voz de Jesús “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro escuchó la voz de Jesús y respondió pidiéndole a Jesús no el fin de la tempestad, sino algo mucho más relevante: “mándame ir a ti”. Queridos hermanos, en Pedro también nos encontramos nosotros. Así como él nosotros hemos escuchado “el susurro de una brisa suave” de la voz de Jesús y debemos pedir como Él, no el “fin de la tempestad” sino caminar siempre hacia Él, en medio de la tempestad.
Él
nos llama a seguirlo. Pero también dice: “Si alguien quiere ser perfecto vaya y
venda todo lo que tenga, déselo a los pobres y luego sígame” Así que, queridos
hermanos, si quieren seguirlo más de cerca, poniendo en práctica los consejos
evangélicos que el día de hoy prometen vivir, Díganle con Pedro: “Mándame ir
hacia ti” con tu autoridad, con tu fuerza, con tu gracia podré sobrevivir los
vientos contrarios y caminar firme hacia ti. ¿Y cuáles son los vientos
contrarios? Hermanos cada uno tiene su tempestad, la tempestad es la oposición
que encontramos en el mundo a Cristo, pero también la que encontramos en el
propio corazón, es el demonio, el mundo y la carne.
A
esta tempestad se le vence por la fe, en el camino de la cruz y de la lucha
contra el pecado. En esto consiste el ser cruzados, tomar la cruz renunciando a
nosotros mismos, luchando contra los vientos contrarios y poniéndonos al
servicio por amor de tantos hermanos que están a punto de perecer en la
tempestad. Como Cruzados estamos llamados a luchar contra tres idolatrías. A la
idolatría del dinero y de los bienes le haremos oposición con la Pobreza de
Cristo que queremos imitar. A la idolatría del placer, del hedonismo que con
tanta fuerza nos asecha en nuestros días le haremos oposición con la Castidad
de Cristo pidiendo al Señor un corazón nuevo que sepa amarlo a Él sobre todas
las cosas y al prójimo con su mismo corazón. A la idolatría del egoísmo, de la
vanidad, del orgullo, de la soberbia que quiere vivir lejos o en contra de la
voluntad de Dios le haremos oposición con la santa obediencia de Cristo que nos
redimió haciendo la voluntad del Padre. Todo ello es para nosotros un camino de
seguimiento de Cristo, de libertad del corazón para amar cada vez más y debe de
ser un testimonio de la Verdad que Él nos ha revelado. Un testimonio vivido con
espíritu de martirio, con totalidad, con generosidad. Algunos han recibido la
sotana. Que sea signo de su deseo de pertenecer enteramente al Padre a través
de Jesús. Que les recuerde sus promesas sagradas y los llene de alegría de ser
de él.
Volvamos
una vez más sobre el relato. El Señor parece estar ausente. Sin embargo está
presente frente al Padre, y su voz suave nos alcanza. Es posible que en algún
momento nos sintamos agobiados o llenos de temor. Del mismo modo que le sucedió
a Pedro en nosotros también convive la fuerza de la gracia que nos sostiene y
la debilidad que nos lleva a hundirnos. Pero cuando el corazón esté agitado,
cuando la Iglesia, la comunidad, la familia sienta con fuerza los vientos
contrarios invoquemos a Cristo con fe, y Él nos salvará: ¡Señor sálvanos!
Queridos
hermanos permanezcamos siempre en la barca que es la Iglesia. Confiemos en que
el Señor nos sostiene con su mediación salvífica. Adorémosle postrándonos
cuando se haga presente en nuestro camino especialmente en la Eucaristía. No
tengamos miedo ni de la oscuridad ni de la tempestad. Invoquémosle con fe y
como Elías, vayamos a cumplir nuestra misión en favor de este mundo que
requiere la luz de la Iglesia que es la luz de Cristo y el servicio del
discípulo para ser transformado. No nos rindamos a este mundo. No nos ajustemos
a este mundo, antes bien vayamos a transformarlo con la fuerza de Cristo para
que Cristo reine en todas las cosas.
Queridas
familias: sus hijos son un don para la Iglesia y para el mundo. Que el Señor
les premie la educación cristiana que ha suscitado estas vocaciones y recuerden
que ustedes también han sido elegidos. Acompañen la vocación de sus hijos con
una oración cada vez más profunda, incesante y confiada en que el Señor a todos
a ellos y a ustedes les mostrará el camino y su voluntad en la brisa suave del
Espíritu Santo.
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