CATEGORÍAS: En esta sección encontrarás las publicaciones clasificadas según su género.

jueves, 16 de octubre de 2014

38. [Reflexión] [S.Th.] Mi Mirada del Sínodo: la Familia en el desierto

El eclipse de Dios: el reto pastoral de la Nueva Evangelización


El 29 de junio de 2010, Benedicto XVI anunció la creación del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización para promover una renovada evangelización en los países que experimentando una progresiva secularización han sufrido una especie de "eclipse del sentido de Dios'" El secularismo para Benedicto XVI fue puesto como un hecho prioritario y un auténtico desafío pastoral al que se debía responder con los medios adecuados “para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Jesucristo". La creación del Consejo, que retomaba una preocupación grave que había tenido también Juan Pablo II, permitió desarrollar un trabajo de consulta y discernimiento que ampliaría el alcance de la reflexión hacia “las dificultades que el mundo actual presenta a la transmisión de la fe.

Con esta preocupación en mente el papa Benedicto XVI convocó a la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos a realizarse en el año 2012 con el tema: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. La fase preparatoria del Sínodo se vio claramente iluminada por la convocación al año de la fe, a través de la carta Apostólica “Porta Fidei” con la que el Papa Benedicto XVI llamaba a toda la Iglesia a un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. De este modo, el año de la Fe iniciaría precisamente con el Sínodo de los Obispos que tendrían como prioridad enfrentar pastoralmente el “eclipse del sentido de Dios” en el que se desarrolla la fe de las Iglesias. 

El Sínodo se realizó en Roma del 7 al 28 de Octubre de 2012. El 11 de Octubre se da inicio al año de la Fe, mientras la asamblea sinodal iniciaba sus trabajos en los que participaron 262 padres sinodales. El Sínodo amplió su perspectiva y además de considerar el secularismo como desafío pastoral, puso su mirada sobre la Iglesia misma y la afectación que el mismo “eclipse del sentido de Dios” tenía sobre ella, sobre todo a la luz de los escándalos morales que afectaban la misma credibilidad de la Iglesia. 

El Papa Benedicto XVI no dudó en hablar en términos bíblicos y actuales de un auténtico desierto, en el que se encuentra la sociedad secularizada y por el que camina la misma Iglesia. 

Es precisamente en este desierto, que representa el olvido de Dios y sus desastrosas consecuencias en los individuos y en los pueblos, en donde Benedicto XVI quiso situar la reflexión que conduciría a redescubrir la fe y encontrar los medios adecuados para volver a anunciar en estas circunstancias el Evangelio perenne de Jesucristo. 

El 11 de febrero de 2013 durante el año de la fe, Benedicto XVI renuncia al ministerio petrino en favor de la Nueva Evangelización que debía ser realizada con gran vigor físico y espiritual, fuerzas que él mismo reconoció habían disminuido en su persona. Se trató de una renuncia por la Iglesia y para desarrollar el desafío pastoral de anunciar a Jesucristo en el mundo actual, que vive una gran oscuridad a causa de la pérdida del sentido de Dios y atravieza un árido desierto.

La sede vacante inició el 28 de febrero de 2013 y el 4 de marzo iniciaron las Congregaciones Generales en donde se dio una relevancia particular a la necesaria evangelización de los países secularizados. El 13 de Marzo fue elegido el papa Francisco con la esperanza de llevar a cabo la delicada tarea de anunciar el perenne Evangelio de Jesucristo en el desierto de la secularización. El mismo papa Benedicto XVI señalaría que su misión como emérito consistiría, ahora, en sostener a través de su oración y sacrificio a su Sucesor en la delicada misión del “Anuncio del Evangelio en el mundo actual”.

Después de la elección del papa Francisco él mismo empezó a mostrar el modo en el que llevaría a cabo la delicada responsabilidad que le fue confiada, a través de una renovación pastoral y misionera de la Iglesia. Firmó la Encíclica “Lumen Fidei” escrita casi en su totalidad por su Predecesor como un documento en el contexto del año de la fe pero no como su documento conclusivo. Su documento conclusivo fue la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Sin embargo, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, no fue una exhortación apostólica post-sinodal. Fue una exhortación en donde el papa propondría su programa pastoral y a la que le añadió algunas de las cosas del Sínodo según él mismo lo indicó.

De este modo el Sínodo sobre la Nueva Evangelización no generó un documento, que, siguiendo la metodología de los Sínodos y su espíritu, tuviera relevancia eclesial, sino que generó una serie de cosas que el Papa Francisco añadió a su programa pontificio. De esta manera el Papa Francisco redactó el documento conclusivo del año de la fe: un documento  “sui generis” ya que aunque tiene como antecedente la Asamblea Sinodal y la preocupación de Benedicto XVI, no es en sentido estricto el “fruto” del ejercicio colegial del Sínodo sino la transmisión de un nuevo programa pastoral que se funda en un llamado a la Iglesia a su propia conversión en la fidelidad a Jesucristo. 

Presentar el contexto eclesial de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la familia, no es algo accesorio o accidental, se trata de integrar la preocupación concreta que ha dado origen a la reflexión pastoral que ahora se presenta como prioridad eclesial en su contexto próximo, señalando la problemática precisa de los tiempos actuales, el abandono de Dios, y su contexto remoto sobre el que se funda en una continuidad perenne, la misión evangelizadora de la Iglesia. 

Estos dos elementos integran la mirada precisa que se requiere tener hacia la familia, una familia que desarrolla su propia vida en una cultura secularizada y que se vuelve el destinatario privilegiado de la Iglesia por su vulnerabilidad e importancia en la transmisión misma de la fe.

2.      El eclipse de la familia: desafío pastoral para la evangelización

El contexto del Sínodo de la Familia es, entonces, la necesaria Evangelización de un mundo que atraviesa un grave desierto, en donde falta la vitalidad y la frescura que sólo pueden venir de Dios. 

Se trata de una sociedad que renunciando a Dios ha caminado hacia gravísimas tinieblas que no le permiten edificar ni siquiera sobre los fundamentos más básicos de su constitución sustentable como son el derecho a la vida y la institución familiar. 

El eclipse del sentido de Dios ha oscurecido los principios mismos de la civilización, hasta llegar a lesionar profundamente a la familia como institución y a las familias concretas que integran en su conjunto las sociedades humanas. Pero no se trata de una lesión a las familias como un hecho extrínseco a la Iglesia sino que son las mismas familias cristianas las que atraviesan este grave desierto.

Este problema exige una respuesta pastoral adecuada. El secularismo, que ha excluido de la cultura dominante, con gradualidad y persistencia, el carácter sagrado de la vida, la santidad del matrimonio cristiano y la dignidad de la familia ha generado una crisis en esta institución como nunca antes se había visto en la cristiandad. 

Esta crisis es particularmente alarmante por el hecho de que sus efectos nocivos tanto para la transmisión de la fe como para el bien común han ido progresivamente encontrando aprobación entre las sociedades y dentro de la misma comunidad cristiana. El divorcio, el adulterio, la infidelidad, las uniones prematrimoniales, las uniones civiles (entre bautizados), las segundas uniones, la anticoncepción, el aborto, las uniones antinaturales y demás atentados contra la santidad del matrimonio y de la familia oscurecen la verdad misma del matrimonio y provocan un daño profundo a la sociedad, a la Iglesia y a su misión.


3.      ¿Pastoral Permisiva o Vía misericordiosa? 

En este contexto eclesial amplio, el desafío pastoral consiste en encontrar los medios adecuados para poder, en medio de esta delicada crisis anunciar el Evangelio perenne de Jesucristo sobre la familia y sobre la vida. Una propuesta pastoral que tenga como finalidad o como consecuencia la permisividad del pecado mismo y de sus efectos destructivos sobre la familia y sobre el matrimonio es una propuesta que excluye como norma del actuar pastoral el Evangelio y su acción salvífica sobre las personas y sobre las comunidades. Esto no puede ser aceptado sin daño grave. 

Lo primero que tendría que aparecer con claridad es la misma finalidad de las acciones pastorales y su contexto de aplicación. La pastoral actualiza la praxis de Jesucristo en la vida de la Iglesia y su finalidad es conducir a través del ejercicio ministerial que santifica, enseña y apacienta a los fieles al cumplimiento de la vocación cristiana a la santidad que se recibió en el Bautismo, o bien a suscitarla en el caso de la misión "Ad Gentes". Así, la pastoral no puede tender jamás a la promoción directa o indirecta de lo que es objetivamente inmoral y, por tanto, destructivo tanto para las personas como para las familias y que constituye un agravio a Dios. Por el contrario debe promover por todos los medios y de todos los modos posibles, y este es el espacio de la creatividad, la santidad de los Hijos de Dios que le han sido confiados a la vez que engendrar nuevos. 

Una pastoral que renunciara a esta finalidad quedaría desvinculada de su fuente que es Jesucristo mismo, el redentor del hombre, y se volvería una praxis puramente humana, secularizada, eclipsada totalmente de Dios y ajustada a las normas de este mundo.

Por el contrario, la Iglesia está llamada a defender a la familia y a la vida que están siendo vulneradas y destruidas por la bestia del secularismo. Sólo la Iglesia puede defender a la familia y a la vida del dragón que desea devorar y destruir el plan de salvación que Dios tiene para la familia y para la vida, porque sólo Dios puede vencer el pecado con la fuerza de la gracia. 

Si la Iglesia abandona esta defensa, la familia y la vida quedarán sin ninguna protección posible y la misma sociedad humana terminará por autodestruirse. San Juan Pablo II nos advertía claramente de este riesgo: el hombre puede construir una sociedad sin Dios, pero esa misma sociedad lo llevará a su destrucción.

Por lo tanto, se trata de un asunto de no poca importancia y de gran trascendencia para la vida de la Iglesia y para la sociedad humana. En relación a la misión de la Iglesia hay una responsabilidad gravísima y directa sobre la historia de la salvación de la cual es participe e instrumento en los siglos. Y esto es algo que debe de ser asumido con gran seriedad: una pastoral que admita aunque sea por excepción o por falsa compasión el pecado no sólo pone en riesgo la salvación de los hombres sino que traiciona su misma finalidad. En relación a la vida misma de la sociedad hay una responsabilidad grave también porque todo lo que lesiona el matrimonio y la familia, lesiona a la comunidad y a la convivencia entre las personas con grave daño al bien común. 

En resumen, la permisión del pecado, se presente del modo que se presente, no puede ser nunca el camino de la Iglesia, que tiene como único camino a Jesucristo que ha sido enviado por el Padre para liberarnos del pecado y darnos una vida nueva en el Espíritu. 

La pastoral permisiva en el fondo sería una pastoral de complicidad motivada quizá por una cierta compasión mal entendida que se compadece más de la situación dramática desde el punto de vista humano que de la situación dramática desde el punto de vista salvífico que es el pecado. 

De este modo, esta pastoral permisiva refleja claramente el eclipse del sentido de Dios en la mirada sobre la situación concreta de las personas, privilegiando las vivencias subjetivas, sobre la necesidad objetiva de redención y de liberación del pecado. Esto provoca una actitud pastoral que busca adecuarse a la vivencia subjetiva y remediarla dando a la persona el remedio que aparece en primera instancia necesario desde el punto de vista mundano, y renunciando a darle, el remedio saludable que objetivamente lo libera del pecado y lo sitúa en el camino de la conversión desde el punto de vista evangélico.

Es precisamente este hecho por el cual se le ha querido llamar a este tipo de pastoral permisiva  “vía misericordiosa”, porque atiende exclusivamente a la vivencia subjetiva y le otorga una solución mundana que parece remediar el sufrimiento inmediato “compadeciéndose” de la persona olvidándose del remedio saludable para la vida eterna que tendría que rescatar a la persona del pecado precisamente para poder ofrecerle el tesoro infinito de la misericordia divina y la gracia que puede salvarla.

En este sentido la pastoral permisiva, o “vía misericordiosa” que incluye directa y principalmente el remedio del padecimiento inmediato y excluye deliberadamente la ruptura con el pecado es un camino pastoral destructivo tanto para las personas como para la Iglesia, que jamás puede asumir una práctica que permita o promueva directa o indirectamente cualquier acto que sea intrínsecamente inmoral.

Una pastoral permisiva no puede nunca ser considerada “actualización de la práxis de Jesús” que en todo momento, a través de sus obras y palabras, realizó la redención, invitando a la conversión, liberando a los hombres del pecado e introduciéndolos a la vida nueva del Reino. Así, su mirada misericordiosa concreta contempla a la persona integral y la libera de su precariedad más grave, el pecado, para hacerla participe del Reino. No mira a la persona desde su precariedad inmediata y mundana para remediarla negando su precariedad última, sino que señala siempre que la razón del mal está en el pecado y si libera o remedia incluso las necesidades inmediatas lo hace como signo de la redención integral en la perspectiva evangélica.

En los Evangelios, en ningún caso se ve que Jesús promueva directa o indirectamente el pecado, a través de una falsa compasión que para remediar el padecimiento inmediato que la irregularidad del pecado ocasiona, establezca un decreto de “no imputación de la culpa” con apariencia misericordiosa. Él por el contrario rescata del pecado porque es precisamente el pecado mismo no sólo la precariedad última sino la causa de todos los demás males del hombre.

Por eso Jesús, nuestro Redentor, ante la controversia sobre el divorcio denuncia la dureza del corazón como la causa de la permisividad del pecado que Moisés había otorgado. Pero, al mismo tiempo, establece un nuevo camino de purificación del corazón que libera al hombre reconciliándolo con Dios y supera la imperfección de la ley permisiva que no era capaz de salvar. Y lo mismo sucede aquí. La pastoral permisiva con la apariencia de “via misericordiosa” no es otra cosa que un retroceso en relación a la ley nueva del amor y a la fuerza de la gracia que libera al hombre y purifica su corazón por misericordia divina para amar con perfección evangélica. Y esta pastoral no es capaz de salvar porque abandona al pecador a su pecado y a la dureza de su corazón.

De este modo la pastoral realmente misericordiosa no es la que apelando a la dureza del corazón permite el pecado y lo integra en un sistema legal que lo legitime aunque sea por excepción, sino la que propone a todos los hombres el camino de Jesús que a través de su gracia purifica el corazón y capacita para amar con totalidad. 

Este camino, el de la purificación del corazón, es el camino que la Iglesia siempre ha andado y es precisamente el camino que hemos de ser capaces de proponer a los hombres de nuestro tiempo que viven en el eclipse de Dios y a las familias. La Iglesia debe de dar testimonio a favor de la fuerza de la gracia que transforma, santifica y capacita para amar porque purifica y rescata el corazón por la fuerza misericordiosa de Dios. Renunciar a ello, en principio, y como vía pastoral, significaría renunciar prácticamente a la convicción de la eficacia de la gracia que es capaz de santificar el matrimonio y a los cónyuges. Renunciar a ello, sería también, permanecer en la perspectiva "mundana" y cerrar el camino al corazón tanto a la acción liberadora del Señor como a la Verdad que él mismo ha enseñado.


4. Diálogo fecundo: llamado a la libertad. 

El papa Francisco ha hecho un llamado a la libertad para opinar en relación al desafío pastoral de la familia para la Evangelización. De hecho ha pedido a todos hablar sin respetos humanos y con parresía. Este llamado ciertamente tiene como primeros destinatarios a los obispos pero junto con ellos se dirige también a todos los agentes de pastoral. Más aún, se dirige también a todo el pueblo de Dios con quien mantiene una gran apertura de “escucha” según lo ha repetido en una gran cantidad de momentos. Él está convencido de que el diálogo es una ocasión de crecimiento y de enriquecimiento mutuo y que nadie debe de ser excluido de Él.

Siguiendo esta indicación se ve con claridad que es legítimo intervenir, tanto a través de las instancias directas, como a través de otras instancias con propuestas y perspectivas particulares que puedan hacer algún aporte valioso a la finalidad específica del Sínodo. Las intervenciones en cualquier medio deben de hacerse, desde luego, con respeto, gran fraternidad y con responsabilidad.

La decisión que tomó el secretariado del Sínodo de publicar intermediamente la “relatio post discrepationem” ha permitido a todos, no sólo a los teólogos sino especialmente a los agentes de pastoral, tanto laicos como ministros ordenados, opinar y señalar tanto las bondades de las propuestas presentadas como sus limitaciones y también, en ciertos casos, el riesgo de sus expresiones.  

La oposición que hubo, en todos los niveles, a una serie de expresiones imprecisas y peligrosas mostró ser fructuosa a pesar de las incomprensiones que suscitó en muchos de los casos. Lamentablemente no faltaron las censuras y las descalificaciones, los juicios personales y las acusaciones. Muchas personas reaccionaron agresivamente contra todo aquel que se expresara haciendo una objeción o señalando alguna imprecisión o limitación del documento y esto sucedió en todos los niveles, actitud en contra del mismo principio sinodal y de la misma voluntad explícita del santo Padre que pidió a todos hablar con libertad precisamente para enriquecer el debate que él mismo promovió.

Las preocupaciones legítimas de muchas personas maduras del pueblo de Dios, tanto fieles laicos comprometidos en la evangelización como ministros ordenados y consagrados en distintos niveles eclesiales fueron atendidas y el desarrollo del trabajo muestra una mejora respecto al documento intermedio. No se puede negar que existe un temor fundado en los mismos textos acerca del desarrollo de una propuesta pastoral que significara una ruptura con la fe y el obrar de la Iglesia de siempre. Se aprecia enormemente que este temor haya sido escuchado y considerado. Ahora se esperan las enmiendas y se reconoce el trabajo arduo de la Asamblea Sinodal. 

Es preciso aclarar que esta oposición que se ha dado ha sido en la mayoría de los casos una oposición meramente doctrinal, ámbito en donde es natural y productiva la confrontación que resulta usualmente en una mejora de las expresiones, precisión de los términos y enriquecimiento de las perspectivas, como lo hemos visto tantas veces en la Historia de la Iglesia.

Hoy como en cualquier otro momento en la vida de la Iglesia es importante mantener el espíritu de fe y de confianza en Dios que gobierna a la Iglesia con el auxilio misterioso de su Espíritu. La oración sigue siendo el principio que anima la pastoral, especialmente la oración litúrgica y la Sagrada Eucaristía. Es un momento privilegiado para orar por el Santo Padre de modo particular en el Santo Sacrificio del Altar ofreciendo por él la misa “Pro soberano Pontifice”. 

Oremos los unos por los otros, especialmente por los participantes del Sínodo y por todos los agentes de pastoral para que podamos defender a la Familia y a la Vida de la Bestia del secularismo que quiere devorarla, anunciando siempre el Evangelio perenne de Jesucristo y dando testimonio a favor de la fuerza de la gracia que sin duda puede purificar nuestros corazones y vencer al mal que nos asecha. Permanezcamos en la Verdad de Jesucristo, Él es nuestra única esperanza.

Invoquemos con particular confianza a la Madre de Dios que nos precede en la Fe y en la misión para que nos conceda la gracia de tener una gran esperanza en Jesucristo, Redentor del hombre y de la familia.

Su hermano y servidor Andrés Esteban López Ruiz CCR

No hay comentarios:

Publicar un comentario