El eclipse de Dios: el reto pastoral de la Nueva Evangelización
El 29 de junio
de 2010, Benedicto XVI anunció la creación del Consejo Pontificio para la Nueva
Evangelización para promover una renovada evangelización en los países que
experimentando una progresiva secularización han sufrido una especie de "eclipse del sentido de Dios'" El
secularismo para Benedicto XVI fue puesto como un hecho prioritario y un auténtico
desafío pastoral al que se debía responder con los medios adecuados “para
volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Jesucristo". La creación del Consejo, que retomaba
una preocupación grave que había tenido también Juan Pablo II, permitió desarrollar un
trabajo de consulta y discernimiento que ampliaría el alcance de la reflexión
hacia “las dificultades que el mundo
actual presenta a la transmisión de la fe.
Con esta preocupación en mente el papa Benedicto XVI convocó a la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos a realizarse en el año 2012 con el tema: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. La fase preparatoria del Sínodo se vio claramente iluminada por la convocación al año de la fe, a través de la carta Apostólica “Porta Fidei” con la que el Papa Benedicto XVI llamaba a toda la Iglesia a un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. De este modo, el año de la Fe iniciaría precisamente con el Sínodo de los Obispos que tendrían como prioridad enfrentar pastoralmente el “eclipse del sentido de Dios” en el que se desarrolla la fe de las Iglesias.
El Sínodo se realizó en Roma del 7 al
28 de Octubre de 2012. El 11 de Octubre se da inicio al año de la Fe, mientras
la asamblea sinodal iniciaba sus trabajos en los que participaron 262 padres
sinodales. El Sínodo amplió su perspectiva y además de considerar el
secularismo como desafío pastoral, puso su mirada sobre la Iglesia misma y la
afectación que el mismo “eclipse del sentido de Dios” tenía sobre ella, sobre
todo a la luz de los escándalos morales que afectaban la misma credibilidad de
la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI no dudó en hablar en términos bíblicos y
actuales de un auténtico desierto, en el que se encuentra la sociedad
secularizada y por el que camina la misma Iglesia.
Es precisamente en este
desierto, que representa el olvido de Dios y sus desastrosas consecuencias en
los individuos y en los pueblos, en donde Benedicto XVI quiso situar la
reflexión que conduciría a redescubrir la fe y encontrar los medios adecuados
para volver a anunciar en estas circunstancias el Evangelio perenne de
Jesucristo.
El 11 de febrero de 2013 durante el año
de la fe, Benedicto XVI renuncia al ministerio petrino en favor de la Nueva
Evangelización que debía ser realizada con gran vigor físico y espiritual, fuerzas
que él mismo reconoció habían disminuido en su persona. Se trató de una
renuncia por la Iglesia y para desarrollar el desafío pastoral de anunciar a
Jesucristo en el mundo actual, que vive una gran oscuridad a causa de la pérdida
del sentido de Dios y atravieza un árido desierto.
La sede vacante inició el 28 de febrero
de 2013 y el 4 de marzo iniciaron las Congregaciones Generales en donde se dio
una relevancia particular a la necesaria evangelización de los países
secularizados. El 13 de Marzo fue elegido el papa Francisco con la esperanza de
llevar a cabo la delicada tarea de anunciar el perenne Evangelio de Jesucristo
en el desierto de la secularización. El mismo papa
Benedicto XVI señalaría que su misión como emérito consistiría, ahora, en
sostener a través de su oración y sacrificio a su Sucesor en la delicada misión
del “Anuncio del Evangelio en el mundo actual”.
Después de la elección del papa
Francisco él mismo empezó a mostrar el modo en el que llevaría a cabo la
delicada responsabilidad que le fue confiada, a través de una renovación
pastoral y misionera de la Iglesia. Firmó la Encíclica “Lumen Fidei” escrita casi en su totalidad por su Predecesor como un
documento en el contexto del año de la fe pero no como su documento conclusivo.
Su documento conclusivo fue la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Sin embargo, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, no fue una
exhortación apostólica post-sinodal. Fue una exhortación en donde el papa propondría su programa pastoral y a la
que le añadió algunas de las cosas del Sínodo según él mismo lo indicó.
De este modo el Sínodo sobre la Nueva
Evangelización no generó un documento, que, siguiendo la metodología de los Sínodos
y su espíritu, tuviera relevancia eclesial, sino que generó una serie de cosas
que el Papa Francisco añadió a su programa pontificio. De esta manera el Papa Francisco redactó el
documento conclusivo del año de la fe: un documento “sui generis” ya que aunque tiene como
antecedente la Asamblea Sinodal y la preocupación de Benedicto XVI, no es en
sentido estricto el “fruto” del ejercicio colegial del Sínodo sino la
transmisión de un nuevo programa pastoral que se funda en un
llamado a la Iglesia a su propia conversión en la fidelidad a Jesucristo.
Presentar el contexto eclesial de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la familia, no es algo accesorio o accidental, se trata de integrar la preocupación
concreta que ha dado origen a la reflexión pastoral que ahora se presenta como
prioridad eclesial en su contexto próximo, señalando la problemática precisa de
los tiempos actuales, el abandono de Dios, y su contexto remoto sobre el que
se funda en una continuidad perenne, la misión evangelizadora de la
Iglesia.
Estos dos elementos integran la mirada precisa que se requiere tener
hacia la familia, una familia que desarrolla su propia vida en una cultura secularizada y que se vuelve el destinatario privilegiado de la Iglesia por su
vulnerabilidad e importancia en la transmisión misma de la fe.
2. El eclipse de la familia: desafío pastoral para la evangelización
El contexto del Sínodo de la Familia es, entonces, la necesaria Evangelización de un mundo que atraviesa un grave desierto, en donde falta la vitalidad y la frescura que sólo pueden venir de Dios.
Se trata de una sociedad que renunciando a Dios ha caminado hacia gravísimas tinieblas que no le permiten edificar ni siquiera sobre los fundamentos más básicos de su constitución sustentable como son el derecho a la vida y la institución familiar.
El eclipse del sentido de Dios ha oscurecido los principios mismos de la civilización, hasta llegar a lesionar profundamente a la familia como institución y a las familias concretas que integran en su conjunto las sociedades humanas. Pero no se trata de una lesión a las familias como un hecho extrínseco a la Iglesia sino que son las mismas familias cristianas las que atraviesan este grave desierto.
Este problema exige una respuesta
pastoral adecuada. El secularismo, que ha excluido de la cultura dominante, con
gradualidad y persistencia, el carácter sagrado de la vida, la santidad del matrimonio cristiano y la dignidad de la familia ha generado una crisis en esta institución como nunca antes se había visto en la
cristiandad.
Esta crisis es particularmente alarmante
por el hecho de que sus efectos nocivos tanto para la transmisión de la fe como
para el bien común han ido progresivamente encontrando aprobación entre las
sociedades y dentro de la misma comunidad cristiana. El divorcio, el adulterio,
la infidelidad, las uniones prematrimoniales, las uniones civiles (entre
bautizados), las segundas uniones, la anticoncepción, el aborto, las uniones antinaturales y demás atentados contra
la santidad del matrimonio y de la familia oscurecen la verdad misma del
matrimonio y provocan un daño profundo a la sociedad, a la Iglesia y a su
misión.
3. ¿Pastoral Permisiva o Vía misericordiosa?
En este contexto eclesial amplio, el desafío pastoral consiste en encontrar los medios adecuados para poder, en medio de esta delicada crisis anunciar el Evangelio perenne de Jesucristo sobre la familia y sobre la vida. Una propuesta pastoral que tenga como finalidad o como consecuencia la permisividad del pecado mismo y de sus efectos destructivos sobre la familia y sobre el matrimonio es una propuesta que excluye como norma del actuar pastoral el Evangelio y su acción salvífica sobre las personas y sobre las comunidades. Esto no puede ser aceptado sin daño grave.
Lo primero que tendría
que aparecer con claridad es la misma finalidad de las acciones pastorales y su
contexto de aplicación. La pastoral actualiza la praxis de Jesucristo en la vida de la Iglesia y su finalidad es
conducir a través del ejercicio ministerial que santifica, enseña y apacienta a
los fieles al cumplimiento de la vocación cristiana a la santidad que se
recibió en el Bautismo, o bien a suscitarla en el caso de la misión "Ad Gentes". Así, la pastoral no puede tender jamás a la promoción directa
o indirecta de lo que es objetivamente inmoral y, por tanto, destructivo tanto
para las personas como para las familias y que constituye un agravio a Dios.
Por el contrario debe promover por todos los medios y de todos los modos
posibles, y este es el espacio de la creatividad, la santidad de los Hijos de
Dios que le han sido confiados a la vez que engendrar nuevos.
Una pastoral que renunciara a esta finalidad
quedaría desvinculada de su fuente que es Jesucristo mismo, el redentor del
hombre, y se volvería una praxis puramente humana, secularizada, eclipsada
totalmente de Dios y ajustada a las normas de este mundo.
Por el contrario, la Iglesia está
llamada a defender a la familia y a la vida que están siendo vulneradas y
destruidas por la bestia del secularismo. Sólo la Iglesia puede defender a la
familia y a la vida del dragón que desea devorar y destruir el plan de
salvación que Dios tiene para la familia y para la vida, porque sólo Dios puede
vencer el pecado con la fuerza de la gracia.
Si la Iglesia abandona esta
defensa, la familia y la vida quedarán sin ninguna protección posible y la
misma sociedad humana terminará por autodestruirse. San Juan Pablo II nos
advertía claramente de este riesgo: el hombre puede construir una sociedad sin
Dios, pero esa misma sociedad lo llevará a su destrucción.
Por lo tanto, se trata de un asunto de
no poca importancia y de gran trascendencia para la vida de la Iglesia y para la
sociedad humana. En relación a la misión de la Iglesia hay una responsabilidad
gravísima y directa sobre la historia de la salvación de la cual es participe e
instrumento en los siglos. Y esto es algo que debe de ser asumido con gran
seriedad: una pastoral que admita aunque sea por excepción o por falsa
compasión el pecado no sólo pone en riesgo la salvación de los hombres sino que
traiciona su misma finalidad. En relación a la vida misma de la sociedad hay
una responsabilidad grave también porque todo lo que lesiona el matrimonio y
la familia, lesiona a la comunidad y a la convivencia entre las personas con
grave daño al bien común.
En resumen, la permisión del pecado, se presente del
modo que se presente, no puede ser nunca el camino de la Iglesia, que tiene
como único camino a Jesucristo que ha sido enviado por el Padre para liberarnos
del pecado y darnos una vida nueva en el Espíritu.
La pastoral permisiva en el fondo sería
una pastoral de complicidad motivada quizá por una cierta compasión mal
entendida que se compadece más de la situación dramática desde el punto de
vista humano que de la situación dramática desde el punto de vista salvífico
que es el pecado.
De este modo, esta pastoral permisiva refleja claramente el
eclipse del sentido de Dios en la mirada sobre la situación concreta de las
personas, privilegiando las vivencias subjetivas, sobre la necesidad objetiva de
redención y de liberación del pecado. Esto provoca una actitud pastoral que
busca adecuarse a la vivencia subjetiva y remediarla dando a la persona el
remedio que aparece en primera instancia necesario desde el punto de vista mundano,
y renunciando a darle, el remedio saludable que objetivamente lo libera del
pecado y lo sitúa en el camino de la conversión desde el punto de vista evangélico.
Es precisamente este hecho por el cual
se le ha querido llamar a este tipo de pastoral permisiva “vía misericordiosa”, porque atiende exclusivamente a la vivencia subjetiva y le otorga una solución mundana que parece
remediar el sufrimiento inmediato “compadeciéndose” de la persona olvidándose
del remedio saludable para la vida eterna que tendría que rescatar a la persona
del pecado precisamente para poder ofrecerle el tesoro infinito de la
misericordia divina y la gracia que puede salvarla.
En este sentido la pastoral permisiva,
o “vía misericordiosa” que incluye directa y principalmente el remedio del padecimiento
inmediato y excluye deliberadamente la ruptura con el pecado es un camino
pastoral destructivo tanto para las personas como para la Iglesia, que jamás
puede asumir una práctica que permita o promueva directa o indirectamente
cualquier acto que sea intrínsecamente inmoral.
Una pastoral permisiva no puede nunca
ser considerada “actualización de la práxis de Jesús” que en todo momento, a
través de sus obras y palabras, realizó la redención, invitando a la conversión,
liberando a los hombres del pecado e introduciéndolos a la vida nueva del Reino.
Así, su mirada misericordiosa concreta contempla a la persona integral y la libera de su precariedad
más grave, el pecado, para hacerla participe del Reino. No mira a la
persona desde su precariedad inmediata y mundana para remediarla negando su
precariedad última, sino que señala siempre que la razón del mal está en el
pecado y si libera o remedia incluso las necesidades inmediatas lo hace como signo
de la redención integral en la perspectiva evangélica.
En los Evangelios, en ningún caso se
ve que Jesús promueva directa o indirectamente el pecado, a través de una falsa
compasión que para remediar el padecimiento inmediato que la irregularidad del
pecado ocasiona, establezca un decreto de “no imputación de la culpa” con
apariencia misericordiosa. Él por el contrario rescata del pecado porque es
precisamente el pecado mismo no sólo la precariedad última sino la causa de
todos los demás males del hombre.
Por eso Jesús, nuestro Redentor, ante la controversia
sobre el divorcio denuncia la dureza del corazón como la causa de la
permisividad del pecado que Moisés había otorgado. Pero, al mismo tiempo,
establece un nuevo camino de purificación del corazón que libera al hombre
reconciliándolo con Dios y supera la imperfección de la ley permisiva que no
era capaz de salvar. Y lo mismo sucede aquí. La pastoral permisiva con la
apariencia de “via misericordiosa” no es otra cosa que un retroceso en relación
a la ley nueva del amor y a la fuerza de la gracia que libera al hombre y
purifica su corazón por misericordia divina para amar con perfección evangélica. Y esta
pastoral no es capaz de salvar porque abandona al pecador a su pecado y a la
dureza de su corazón.
De este modo la pastoral realmente
misericordiosa no es la que apelando a la dureza del corazón permite el pecado
y lo integra en un sistema legal que lo legitime aunque sea por excepción, sino
la que propone a todos los hombres el camino de Jesús que a través de su gracia
purifica el corazón y capacita para amar con totalidad.
Este camino, el de la
purificación del corazón, es el camino que la Iglesia siempre ha andado y es
precisamente el camino que hemos de ser capaces de proponer a los hombres de
nuestro tiempo que viven en el eclipse de Dios y a las familias. La Iglesia debe de dar
testimonio a favor de la fuerza de la gracia que transforma, santifica y
capacita para amar porque purifica y rescata el corazón por la fuerza
misericordiosa de Dios. Renunciar a ello, en principio, y como vía pastoral, significaría
renunciar prácticamente a la convicción de la eficacia de la gracia que es
capaz de santificar el matrimonio y a los cónyuges. Renunciar a ello, sería también, permanecer en la perspectiva "mundana" y cerrar el camino al corazón tanto a la acción liberadora del Señor como a la Verdad que él mismo ha enseñado.
4. Diálogo fecundo: llamado a la libertad.
El papa Francisco ha hecho un llamado a la libertad para opinar en relación al desafío pastoral de la familia para la Evangelización. De hecho ha pedido a todos hablar sin respetos humanos y con parresía. Este llamado ciertamente tiene como primeros destinatarios a los obispos pero junto con ellos se dirige también a todos los agentes de pastoral. Más aún, se dirige también a todo el pueblo de Dios con quien mantiene una gran apertura de “escucha” según lo ha repetido en una gran cantidad de momentos. Él está convencido de que el diálogo es una ocasión de crecimiento y de enriquecimiento mutuo y que nadie debe de ser excluido de Él.
Siguiendo esta
indicación se ve con claridad que es legítimo intervenir, tanto a través de las
instancias directas, como a través de otras instancias con propuestas y
perspectivas particulares que puedan hacer algún aporte valioso a la finalidad
específica del Sínodo. Las intervenciones en cualquier medio deben de hacerse,
desde luego, con respeto, gran fraternidad y con responsabilidad.
La decisión
que tomó el secretariado del Sínodo de publicar intermediamente la “relatio
post discrepationem” ha permitido a todos, no sólo a los teólogos sino
especialmente a los agentes de pastoral, tanto laicos como ministros ordenados,
opinar y señalar tanto las bondades de las propuestas presentadas como sus
limitaciones y también, en ciertos casos, el riesgo de sus expresiones.
La oposición
que hubo, en todos los niveles, a una serie de expresiones imprecisas y
peligrosas mostró ser fructuosa a pesar de las incomprensiones que suscitó en
muchos de los casos. Lamentablemente no faltaron las censuras y las
descalificaciones, los juicios personales y las acusaciones. Muchas personas
reaccionaron agresivamente contra todo aquel que se expresara haciendo una objeción
o señalando alguna imprecisión o limitación del documento y esto sucedió en
todos los niveles, actitud en contra del mismo principio sinodal y de la misma
voluntad explícita del santo Padre que pidió a todos hablar con libertad
precisamente para enriquecer el debate que él mismo promovió.
Las
preocupaciones legítimas de muchas personas maduras del pueblo de Dios, tanto
fieles laicos comprometidos en la evangelización como ministros ordenados y consagrados en distintos niveles eclesiales fueron atendidas y el desarrollo del trabajo
muestra una mejora respecto al documento intermedio. No se puede negar que
existe un temor fundado en los mismos textos acerca del desarrollo de una propuesta
pastoral que significara una ruptura con la fe y el obrar de la Iglesia de
siempre. Se aprecia enormemente que este temor haya sido escuchado y
considerado. Ahora se esperan las enmiendas y se reconoce el trabajo arduo de
la Asamblea Sinodal.
Es preciso aclarar que esta oposición que se ha dado ha
sido en la mayoría de los casos una oposición meramente doctrinal, ámbito en
donde es natural y productiva la confrontación que resulta usualmente en una mejora
de las expresiones, precisión de los términos y enriquecimiento de las
perspectivas, como lo hemos visto tantas veces en la Historia de la Iglesia.
Hoy como en
cualquier otro momento en la vida de la Iglesia es importante mantener el
espíritu de fe y de confianza en Dios que gobierna a la Iglesia con el auxilio
misterioso de su Espíritu. La oración sigue siendo el principio que anima la
pastoral, especialmente la oración litúrgica y la Sagrada Eucaristía. Es un
momento privilegiado para orar por el Santo Padre de modo particular en el Santo Sacrificio del Altar ofreciendo por él la misa “Pro soberano Pontifice”.
Oremos los
unos por los otros, especialmente por los participantes del Sínodo y por todos
los agentes de pastoral para que podamos defender a la Familia y a la Vida de
la Bestia del secularismo que quiere devorarla, anunciando siempre el Evangelio
perenne de Jesucristo y dando testimonio a favor de la fuerza de la gracia que
sin duda puede purificar nuestros corazones y vencer al mal que nos asecha. Permanezcamos en la Verdad de Jesucristo, Él es nuestra única esperanza.
Invoquemos
con particular confianza a la Madre de Dios que nos precede en la Fe y en la
misión para que nos conceda la gracia de tener una gran esperanza en Jesucristo,
Redentor del hombre y de la familia.
Su hermano y servidor Andrés Esteban López Ruiz CCR
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