En las primera y segunda epístolas de Juan se presenta un desarrollo cristológico íntegro que bien puede separarse en dos apartados: cristología ontológica (quién es Jesús); cristología soteriológica (qué ha hecho por nosotros).
Las
confesiones de fe
En
primer lugar encontramos una variedad de confesiones de fe
cristológicas que se contraponen a la mentira
de
quien niega
la
confesión de fe. La negación de la fe corresponde en un primer
momento en negar que Jesús es el Cristo: ¿Quién
es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? (I
Jn 2,22 a).
En un segundo momento se niega también el carácter de Hijo de Jesús
lo que corresponde negar también a Dios como Padre:
Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo (I
Jn 2,22 b).
En
este sentido el anticristo
“ὁ
ἀντίχριστος” será
quien niegue que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios, negando así
también al Padre. En contraposición aparece la confesión de fe, de
quien sigue no el espíritu del anticristo, sino el espíritu de Dios
“τὸ
πνεῦμα τοῦ θεοῦ”:
Podréis
conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a
Jesucristo, venido en carne, es de Dios (I
Jn 4,
2).
Así queda una oposición clara y distinguida entre los que son de Dios por confesar a Jesús como el Cristo “ὃ ὁμολογεῖ Ἰησοῦν Χριστὸν ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστιν” y aquellos que son del Anticristo por negar o que Jesús es el Cristo, o que es el Hijo, o que ha venido en la carne “ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα”. Esto mismo lo encontraremos más adelante cuando se haga un énfasis especial no sólo en la carne sino en también la sangre “ἐν τῷ αἵματι “ del Hijo de Dios: Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. (I Jn 5, 6)
Así queda una oposición clara y distinguida entre los que son de Dios por confesar a Jesús como el Cristo “ὃ ὁμολογεῖ Ἰησοῦν Χριστὸν ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστιν” y aquellos que son del Anticristo por negar o que Jesús es el Cristo, o que es el Hijo, o que ha venido en la carne “ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα”. Esto mismo lo encontraremos más adelante cuando se haga un énfasis especial no sólo en la carne sino en también la sangre “ἐν τῷ αἵματι “ del Hijo de Dios: Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. (I Jn 5, 6)
De modo que ha aparecido un elemento más: no sólo encontramos una fe en Jesús como el Cristo y el Hijo de Dios, es decir, en su divinidad y mesianismo, sino también un reconocimiento explícito de su humanidad “ ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα” y de su auténtica muerte y derramamiento de sangre. Así será del anticristo tanto aquel que niegue la divinidad de Jesús o su mesianismo, como aquel que niegue la verdad de su humanidad, de su carne y de su sacrificio propiciatorio.
Esta
referencia explícita a la carne hace pensar en la presencia temprana
del docetismo
en
las comunidades cristianas las
cuales al
afirmar eminentemente la divinidad de Jesús, podían verse tentadas
a olvidar que Jesús, aún siendo el Hijo
de
Dios,
había venido en la carne “Ἰησοῦν
Χριστὸν ἐρχόμενον ἐν σαρκί”
y
derramó realmente su sangre:
Muchos
seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha
venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo (II
Jn 7).
Pero
en clara oposición a
esta pertenencia anticristiana,
será de Dios y Dios permanecerá en él “ὁ θεὸς ἐν αὐτῷ
μένει" todo
aquel que
confiese “ὃς ἐὰν ὁμολογήσῃ” que Jesús es el
Hijo de Dios “ ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ”
(I
Jn 4,
15),
el
Cristo, quien ha venido en carne y sangre.
Aquel
que cree “ ὁ
πιστεύων”
en Jesús como Hijo de Dios, no sólo será de Cristo, sino que
tendrá una existencia nueva en Dios, habrá nacido de él “ἐκ
τοῦ θεοῦ γεγέννηται” para
una vida nueva: Todo
el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios (I
Jn 5,
1).
Creyendo en él, el cristiano puede vencer al mundo, permanecer en la fe y resistir a las persecuciones (I Jn 5, 5). Sólo en la fe cristológica el cristiano será vencedor del mundo: “ ὁ νικῶν τὸν κόσμον”. ¿Qué significa vencer al mundo? Significa vencer con Cristo al pecado y a la muerte, ser salvados por él.
Creyendo en él, el cristiano puede vencer al mundo, permanecer en la fe y resistir a las persecuciones (I Jn 5, 5). Sólo en la fe cristológica el cristiano será vencedor del mundo: “ ὁ νικῶν τὸν κόσμον”. ¿Qué significa vencer al mundo? Significa vencer con Cristo al pecado y a la muerte, ser salvados por él.
Carácter
salvífico de la muerte de Jesús
En
las primeras dos epístolas de Juan la fe en Cristo es eficaz,
tiene
una fuerza
salvadora, que
concede una victoria sobre el mundo y hace al cristiano nacer
de Dios, para
una vida nueva en el Espíritu, en comunidad “κοινωνίαν
ἔχομεν μετ’ ἀλλήλων”.
Esta nueva vida, significa en primer lugar vivir
en la luz, “ἐν
τῷ φωτί “ y
ser purificado
del
pecado, es decir, poder vivir reconciliados con Dios y según su
bondad y su justicia: Pero
si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en
comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica
de todo pecado (I
Jn 1,
7).
Veamos
que el autor, no presenta el ministerio de Jesús, únicamente como
una iluminación
de
carácter espiritual, sino como un ministerio reconciliador en la
carne
y en la sangre, (I
Jn 5,
6.
8)
pues
ha sido la sangre
el
instrumento eficaz de la purificación que
se realiza con el signo del agua:
τὸ
αἷμα Ἰησοῦ τοῦ υἱοῦ αὐτοῦ καθαρίζει
ἡμᾶς ἀπὸ πάσης ἁμαρτίας. Esto
mismo lo presenta utilizando el lenguaje sacrificial propio del
templo, pero ahora, dotado de un alcance universal, católico, que
alcanza a todo el mundo “
καὶ περὶ ὅλου τοῦ κόσμου”:
El
es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero (I
Jn 2,
2).
El
perdón de los pecados es un acontecimiento nuevo y único que
significa una gran noticia, un auténtico evangelio, por cuanto
significa la reconciliación con Dios (I
Jn 2,
22),
pero también por cuanto significa el fin del dominio del diablo
sobre los hombres: Quien
comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el
principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del
Diablo (I
Jn 3,
8).
Así,
el Cristo realiza un ministerio auténtico de liberación y de
destrucción del mal, del malo, y de las obras del mal: εἰς
τοῦτο ἐφανερώθη ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ,
ἵνα λύσῃ τὰ ἔργα τοῦ διαβόλου.
Pero,
la única forma de vencer al mal, a las fuerzas del mal, y, por lo
consiguiente al diablo, es amando.
El
amor es la victoria de Cristo sobre el diablo y sobre el mal. Por
amor Dios nos ha reconciliado y purificado: En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros
pecados (I
Jn 4,10).
Una vez que hemos sido amados hasta el extremo por él, siendo reconciliados por su sangre, entonces, el mismo amor que nos renueva se hace también la victoria de los cristianos sobre el mundo: En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (I Jn 3, 16).
El cristiano vence al mundo, amando hasta el extremo como su maestro, dando la vida por los hermanos; así alcanza participación en la salud, se hace luz del mundo, y ofrece también un ministerio martirial para con los demás: Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó (I Jn 3, 23).
Ambas perspectivas cristológicas, la ontológica y la soteriológica están intrínsecamente unidas, creer en el Hijo de Dios significa aceptar la redención, la purificación de los pecados y ser renovados por el amor para la victoria del amor: Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna (I Jn 5, 13).
Una vez que hemos sido amados hasta el extremo por él, siendo reconciliados por su sangre, entonces, el mismo amor que nos renueva se hace también la victoria de los cristianos sobre el mundo: En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (I Jn 3, 16).
El cristiano vence al mundo, amando hasta el extremo como su maestro, dando la vida por los hermanos; así alcanza participación en la salud, se hace luz del mundo, y ofrece también un ministerio martirial para con los demás: Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó (I Jn 3, 23).
Ambas perspectivas cristológicas, la ontológica y la soteriológica están intrínsecamente unidas, creer en el Hijo de Dios significa aceptar la redención, la purificación de los pecados y ser renovados por el amor para la victoria del amor: Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna (I Jn 5, 13).
Epilogo
Sobre
el icono de la cruz eslava: La misteriosa fuerza del amor manifestada
en el sacrificio redentor de la cruz, nace en nosotros con la
confesión de Fe. La confesión de fe que presenta al Hijo de Dios
crucificado y glorificado, derramando su sangre por amor, dilata el
corazón para el amor extremo.
Si el mismo Señor de la Gloria ha
tenido que subir por el peldaño inclinado de la disciplina y de la
obediencia que exige el amor para entrar en la gloria y vencer, con
cuanta mayor razón, los cristianos en la escuela del amor que es la
cruz, debemos subir por el peldaño inclinado de la obediencia y de
la disciplina ofreciendo un sacrificio no sólo luminoso en el
espíritu sino también sacramental en la carne y en la sangre de
nuestras propias circunstancias.
De él aprendemos a amar, lo que es
el amor, y de él recibimos la gracia para amar como él nos ha
amado: el don del Espíritu Santo. Él nos enseña a ofrecer el
sacrificio amoroso de nuestras vidas, comunicantes al suyo por el que
se consagra el nuestro, para vencer también las tinieblas de nuestro
tiempo que nos sofocan y nos oprimen.
Con
él como Hijos verdaderos, nos dirigimos confiadamente, orando los
unos por los otros, y por nosotros mismos, en el consuelo de las
oraciones de la Madre de Dios, diciendo: + Pater
Noster...
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