La pretensión de verdad
La pretensión de verdad, más
allá de su estatuto gnoseológico-antropológico, está presente en
todos los juicios que el hombre hace tanto para describir la realidad
y comprenderse a sí mismo como para organizar su vida práctica. No
es posible pensar en el diálogo, o más aún, en la comunicación
racional sin la pretensión de verdad. Renunciar a la pretensión
de verdad, no
es un acto propio de la razón sino más bien, la renuncia a la
racionalidad propia del hombre que subyace en su misma naturaleza. De
modo que el escepticismo, en
sus distintas versiones resulta ser una opción no sólo poco
razonable sino inhumana, es decir, falta de humanidad.
Así, la pretensión de verdad radica
en la misma estructura de la persona humana. Es
esta pretensión de verdad el hecho último que motivó el origen
de la filosofía y que funda las
posibilidades del diálogo. Cuando
la pretensión de verdad
fue puesta en duda de modo particular en
la modernidad, se originó un modo de discurrir que abandonó el ser,
la realidad y la
verdad. De este modo
se degradó tanto la Filosofía en su pretensión
originaria como la noción
misma de diálogo en
su mismo sentido.
La
crítica del conocimiento ha
contribuido, no obstante, a ampliar la comprensión que tenemos sobre
la verdad, sobre la
capacidad humana de conocer, sus límites, sus dificultades y sus
alcances. Así, hoy estamos totalmente convencidos que la búsqueda
de la verdad es una actividad
humana sumamente ardua y que exige, por lo tanto, la virtud
de la fortaleza, en su dimensión
de magnanimidad, que
nos mueve a aspirar a los bienes arduos y a no desfallecer. Esta
actitud se equilibra en la
virtud de la templanza, en
su realización de la humildad, que
nos mueve
a aspirar sólo aquello que corresponde a nuestra naturaleza y a
prevenirnos de esperar algo desproporcionado a ella. Así, la
humildad del espíritu
templado sabe que su
búsqueda de verdad no
puede pretender alcanzar un conocimiento omni-comprehensivo,
univocista, e infalible, conocimiento
que sólo le corresponde a la ciencia divina, pero
sabe también que puede alcanzar la verdad, según
su propia condición humana y
esto no es poca cosa.
La búsqueda de la
verdad
es una exigencia de la vida
misma de la persona, y como tal es una
aventura eminentemente
personal que
brota de su dignidad. Y esto no sólo corresponde a la necesidad de
certeza en los asuntos más triviales y remotos, que también exige
un conocimiento adecuado, sino
que, sobre todo, corresponde a la necesidad de certeza en los asuntos
más relevantes, en los principios que han de orientar su vida, en la
pregunta sobre el λόγος de
su existencia, sobre su origen y sobre su fin. Y es precisamente por
el hecho de ser una aventura personal la razón por la que la misma
búsqueda es también una
necesidad de la comunidad.
La
persona, siendo
relacional y social por
naturaleza está ordenada a realizarse en la comunidad y
su realización no puede tener otro principio que la verdad
sobre sí mismo y sobre la vida.
Más aún su propia realización no es ajena a la realización de su
prójimo sino que
ambas están unidas bajo la razón formal de la verdad sobre el
hombre, sobre su origen y su destino y no puede sino ser solidario
en la búsqueda y en el camino.
La búsqueda de la verdad por
su estructura misma no es un asunto privado.
La Verdad en sí misma
El hombre no sólo actúa con pretensión de verdad, sino que para
comprender mejor lo que esta pretensión vital significa, reflexiona
seriamente sobre la verdad en sí misma, sobre su esencia, su
estructura, sus causas, próximas y últimas. Esta reflexión es
imprescindible para poder hacer justicia a las exigencias de la vida
misma y de la naturaleza de la persona. Así el hombre no sólo
busca conocer la verdad sino entender qué es la verdad.
La pregunta ¿Quid est veritas? resuena desde el patíbulo romano en Jerusalén, como signo de la pregunta intemporal que el
hombre constantemente se plantea y desde la que resuelve su propia
vida, hasta nuestros días y seguirá resonando hasta la consumación
de la historia y del cosmos en la Verdad Definitiva.
La Verdad Primera
La respuesta a la pregunta
por la verdad tiene que incluir en su contenido la causalidad primera
de la verdad. De la constatación de la verdad gnoseológica y de las
verdades parciales que aparecen en nuestra experiencia se eleva la
pregunta sobre la causa última de la verdad,
sobre
la fuente de la
verdad, y
sobre su relación con las verdades
“secundum quid” a
las que accedemos desde la necesaria mediación de la verdad
ontológica. Dicho
de otro modo, la verdad
que
aparece en la experiencia como un dato de nuestros juicios, es el
resultado del encuentro entre la inteligencia, el
λόγος ἀνθρώπου,
con
el ser, en el que reside un estatuto de inteligibilidad que hace
posible el juicio verdadero, el
λόγος κόσμου.
Este
encuentro no es suficiente para entender la causalidad
veritativa pues
es necesario explicar la razón tanto de la inteligibilidad del ser
como de la inteligencia,
así
como de su relación constitutiva. Precisamente
porque existe una relación armónica en el orden gnoseológico entre
el hombre y el cosmos, entre la inteligencia y el ser, es posible
desde el encuentro del hombre con el ente
finito realizar un
movimiento ascendente -ἀνάβασις- que permita, a partir de su
constitución causada y contingente,
predicar
adecuadamente, aunque con limitación, del Ser
Eterno, sustento del ente
finito como causa primera y última. La ascensión analógica, entonces, no es
sólo un camino válido de predicación sobre el misterio divino,
sino que, más fundamentalmente, es la única posibilidad de explicar
la causalidad última de la verdad.
Así, para explicar la constitución última de la verdad ascendemos desde las verdades parciales hasta la causa
incausada, el
Ser Necesario como
Verdad Primera y
fundamento último
de
las verdades contingentes. De
este hecho proviene la sorprendente constatación del angélico: "La
verdad está en el intelecto de Dios [λόγος
θεοῦ] en
sentido propio y verdadero; en el intelecto humano [λόγος
ἀνθρώπου],
sin embargo, está en sentido propio y derivado"
(De verit. q. 1, a. 4 c).
De
modo que Dios no sólo es la fuente de la Verdad en cuanto a que en
la ciencia divina está
el origen de la verdad
ontológica y
gnoseológica sino
que, dado que su Ser coincide con su Esencia, en la que toda su Vida
y perfecciones se identifica con su esencia, y, dado que su Vida
misma es el dinamismo eterno en el que se conoce a sí mismo y se
ama, Dios es "ipsa
summa et prima veritas"
(S. Th. I,q. 16, a. 5 c), él
es
la Verdad.
Desde luego que
en el ascenso metafísico-analógico, la Prima
Veritas, queda
siempre bajo el velo del misterio, dado que aunque se afirma
positivamente la Verdad,
en
la causa incausada, se divide inmediatamente del modo de ser “verdad”
en el ente finito (fase
negativa),
y se afirma de modo eminente.
Por
eso Tomás dice que
Dios es la “summa Veritas”
y
con “summa” ha
querido decir que él es la Verdad
eminente, más
allá de toda experiencia posible del ente finito, pues aunque haya
una cierta semejanza es mayor la des-semejanza, así que la actitud
final de quien ha llegado a contemplar la “Prima
Veritas” es
el silencio de adoración.
La Verdad Ontológica
Habiendo llegado
por la vía de la ἀνάβασις
a la Prima Veritas,
entendemos
que las cosas son lo que son, en cuanto a que han sido objeto de la
donación gratuita del ser por parte de Dios que las ha creado según
un modo de ser
específico
[λόγος
ὄντος]
que Dios conoce
en sí mismo, [λόγος
θεοῦ], en
cuanto a que conoce su Omnipotencia.
Dicho
de otro modo, los entes
son
según una “esencia”
determinada,
y tal esencia es conocida por Dios en su ciencia divina a la que le
añade su intención libre de crear, es decir, a la que le
otorga el ser. Luego, la inteligibilidad
misma
de los entes
[λόγος
ὄντος]
tiene
su causa en el conocimiento
que
Dios tiene de sí mismo [λόγος
θεοῦ]
y de ellos en sí mismo, en cuanto a que decide crearlos y dotarlos
de una estabilidad ontológica. Así, la verdad
ontológica no
es otra cosa que la adecuación del ente con la idea
ejemplar,
con
el Verbo Divino, quien como
Razón Creadora la
origina y la produce haciéndose, en términos históricos, el primer artista.
La Verdad Gnoseológica
La verdad sucede en el
encuentro del entendimiento con la realidad. Pero no siempre sucede.
La relación entre el
entendimiento con el
ser no siempre es
transparente, sino que, a veces, es problemática y no logra darse
con naturalidad. En ocasiones el entendimiento no es capaz de juzgar
adecuadamente la realidad que se le presenta y juzga erróneamente.
Pero en ocasiones sucede la verdad. Y
sucede, específicamente
en el entendimiento cuando
juzga adecuadamente sobre
la realidad, conforme al λόγος
ὄντος o bien cuando es medida por
el ser adecuadamente.
El
juicio es el
entendimiento que compone y divide. En este proceso el
juicio puede separar lo que
está unido y unir lo que está separado, afirmando algo inadecuado
sobre la estructura del ser.
De ahí que el criterio veritativo es siempre
la misma realidad y esto se puede expresar con
la definición clásica: "
veritas est adaequatio intellectus et rei". Esta relación armónica
entre la inteligibilidad del ser como verdad ontológica y la
inteligencia de la persona humana hace posible al hombre conocer
adecuadamente la realidad, y como convicción cierta, está a la base
tanto de la búsqueda personal y comunitaria de la verdad
como del diálogo que
hace posible también
poner en común la
verdad alcanzada y
recibir de otros su propia relación con la verdad.
La Verdad revelada
La "Prima Veritas"
es también el primer principio
del diálogo, primero en cuanto a creador. En el acto creador, como
expresa San Justino de Roma, el Padre Eterno quien
se conoce a sí mismo en su Verbo,
ha pronunciado
externamente su Palabra
creando por Amor,
constituyendo así
el universo en el ser. Así
desde el seno trinitario,
el λόγος
ἐνδιάθετος se
ha
pronunciado, fuera
de sí como λόγος
προφορικός,
como palabra
constitutiva del cosmos. De
este modo, mientras el Padre Eterno ha creado todas las cosas en su
Hijo por Amor, ha creado al hombre a imagen de su Hijo, dándole
parte en este mismo λόγος,
dejando
en él la semilla del Verbo, λόγος
σπερματικός,
como
principio trinitario
del λόγος
ἀνθρώπου.
Queriendo
Dios llevar esa semilla a plenitud se ha hecho carne,
λόγος
ἔνσαρκος,
se
ha hecho hombre, llegando a ser en cuanto hombre “Palabra
Definitiva”
-escatológica-
que
recapitula todas las cosas, reconciliándolas consigo por la sangre
de la cruz -soteriológica-.
Así, la perspectiva teológica de la Historia nos mueve a entender
toda la realidad como un diálogo
entre Dios y la criatura. De
modo que cuando el hombre conoce el cosmos
no
hace sino escuchar
a Dios, cuando
le sucede la
verdad no
hace sino recibir
de
Dios la palabra constitutiva de la verdad
en
sus distintos niveles, hasta llegar a la plenitud: la
escucha de la revelación y la aceptación de la plenitud de la
Verdad en Jesucristo.
Así,
nos situamos frente al principio ineludible de la escucha. En
el diálogo, lo primero es siempre la escucha.
Pero,
la escucha tiene,
según lo que hemos dicho un orden constitutivo que tiene siempre a
la verdad como
criterio central, y a la “Prima
Veritas” como
principio y fin. De modo que, de la misma manera que el conocimiento
del cosmos entendido como escucha
de la verdad ontológica, tiene
a la misma estructura formal del λόγος
κόσμου como
criterio veritativo
en cuanto a su adecuación, el diálogo
intersubjetivo tiene
al mismo λόγος
ἀνθρώπου en
su relación con el λόγος
κόσμου y
finalmente con la “Prima
Veritas”
el criterio veritativo último.
Siguiendo estos razonamientos,
entendemos que el error y teológicamente el mismo pecado puede
entenderse como falta
de escucha a
la Verdad, o
bien como escucha
a
una verdad parcial desvinculada de la Prima
Veritas que
dota de unidad y sentido a todas las verdades parciales. Por ello en
el diálogo,
aunque
lo primero es la escucha
ésta
ha de ser una escucha de la realidad
total, de
la Verdad
total, de
las verdades
parciales en
armonía con la Prima
Veritas. Sólo
así las verdades
parciales adquieren
su sentido auténtico de verdad
y
se muestran como auténticas verdades en su sentido pleno.
Pero
mientras que la consideración metafísica de la Prima
Veritas, es
un dato al que la razón accede por la vía ascendente -ἀνάβασις-
y
desde ella puede ordenar jerárquicamente su comprensión veritativa
global, la consideración de la realidad total desde la revelación
no es accesible a la razón por sí misma, sino que le ha sido
otorgada a la humanidad como un don gratuito de la bondad de Dios.
Asi, la revelación inaugura un orden
nuevo, el
orden de la gracia, que alcanza los esfuerzos de la ardua vía ascendente -ἀνάβασις-
en
el encuentro con Dios quien se ha puesto en vía descendente
-συνκατάβασις-
para encontrarse con el hombre y mostrarle el misterio
escondido de la Verdad Plena, que
en el discurso analógico era apenas señalado.
Así,
quien ha recibido el don de la revelación con fe,
sabe
que ha recibido una mirada nueva de todas las cosas, que ha de
proponer a los demás hombres en el diálogo,
para
hacerlos partícipes de la misma verdad
que lo ha alcanzado a él.
En
todos estos sentidos, ya sea por la vía ascendente o
aceptando la revelación como don de condescendencia, según la consideración global que hemos
propuesto, la verdad
siempre precede al hombre. No
es que el hombre genere
la verdad, no
es que el hombre la posea
en sentido estricto. La
Verdad,
por
el contrario, si que ha generado al hombre y lo precede causalmente,
tanto en el orden del ser como en el orden estricto del conocimiento.
Por
eso si existe una relación auténtica entre la verdad
y la persona humana en ella la
Verdad
es primero, y, por tanto, la persona
humana, le
pertenece. No es el hombre dueño
de la verdad, sino
que, al contrario, la
Verdad
precede a la persona
humana, la
ordena
hacia sí. El hombre delante de ella se encuentra poseído, interpelado y llamado a la transformación.
El Diálogo
La sede del diálogo: el encuentro personal
El dialogo se da en el encuentro personal. El encuentro personal
es la sede del diálogo en
donde se encuentran las
personas que se comunican por su palabra. El
primer diálogo se da
en el encuentro de la persona consigo misma, en
donde por su pensamiento la inteligencia se expresa inmanentemente a
través de un Verbo interior.
Este diálogo está a la base del diálogo intersubjetivo,
en donde la
palabra exterior, el
λόγος pronunciado
y trascendente expresa la racionalidad propia y
comunica la relación que se tiene con el ser.
Así el diálogo
intersubjetivo es
el encuentro entre dos o más λόγοι mediante
el cual se dirigen los
sujetos que se encuentran, a
través de la misma comunicación, hacia
la verdad. Cada uno, en este
sentido, es la causa principal de la verdad que
reside en su propia
inteligencia fruto
del encuentro con el ser en
su propio pensar desde el verbo interior,
al mismo tiempo que se vuelve cooperación real (causa
instrumental) para
procurar que en el otro suceda
la verdad, a
través del verbo
exterior. Así,
mientras que el encuentro dialógico se establece en el ámbito de la
comunión del λόγος
con
toda su riqueza afectiva y volitiva, su vínculo de unión u objeto
común es la verdad,
la
verdad misma
sobre el ser.
La
condición básica para el diálogo
intersubetivo es
el λόγος
ἐνδιάθετος,
no
sólo como racionalidad en
sí,
ni tampoco únicamente como posibilidad de conocer la verdad en el
encuentro con el ser según
el λόγος
ὄντος,
sino específicamente
en su dinamismo vital que lo hace, desde
el diálogo
interior,
salir de sí como
λόγος
προφορικός
desplegando
la
capacidad comunicativa inherente
a la razón,
en su posibilidad y
destino
de hacerse palabra pronunciada, discurso exterior.
Y esto implica necesariamente una condición a
la que ya hemos aludido en el aspecto global de la consideración
sobre la verdad y que ahora vale la pena abordar en su aspecto
dinámico del diálogo
intersubjetivo: la
escucha.
Es
en el encuentro fecundo entre palabra
pronunciada y
palabra escuchada
en
donde sucede la verdad,
en
la comunión fruto
del encuentro es
en
donde se adquieren las luces más
relevantes para
la vida. Y
esto, no sólo porque el λόγος
ἐνδιάθετος camina
lenta y arduamente hacia la comprensión del ser,
sino
también, porque de hecho nunca lo hace sólo, siempre lo hace en un
universo cultural y significativo desde el que recibe de la misma
tradición de la
comunidad un
λόγος,
un
discurso sobre la vida, sobre el mundo, sobre el sentido de las cosas, etc.
Ciertamente
la verdad sucede
propiamente
desde
el encuentro con el ser en
el λόγος
ἐνδιάθετος, en
el momento que hemos llamado diálogo
interior, pero
aún en este caso, dado que el encuentro
con el ser media
la asimilación de la verdad,
no debemos olvidar que el encuentro
personal es
el encuentro más perfecto con el ser al que podemos aspirar, [“Persona
significat id quod est
perfectissimum in tota
natura”]
desde
el que podemos ser movidos al conocimiento verdadero, en
el que debemos comprender la totalidad de la experiencia humana
y en el que finalmente
podemos
verificar
las
verdades conocidas en
el diálogo sobre
el dato de la realidad.
El
diálogo se
constituye, así,
en
las condiciones adecuadas, como un
valioso
crisol de
los juicios sobre el mundo para
su
consolidación veritativa. Siguiendo
este discurso se
puede comprender
el
diálogo como
un lugar propio en
el ámbito gnoseológico, en
donde, por influjo de la luz que el λόγος
προφορικός
del
prójimo aporta
al λόγος
ἐνδιάθετος
y
viceversa, se amplia
la mirada
sobre la
realidad y
se peregrina comunitariamente hacia la verdad.
En síntesis, la finalidad del diálogo es
la búsqueda común de la verdad. Ahora
veamos algunas consecuencias más. Esta
verdad se busca
por sí misma, dado
que el hombre es un ser teórico. Pero
también se busca en cuanto a
que desde ella se
ha de dirigir la
vida presente, es
decir, en cuanto a que es un ser práctico que actúa y que decide.
De este modo, la verdad
que se busca, se comparte, se
propone y profundiza en el diálogo no
ha de perfeccionar únicamente a la inteligencia sino
que ha de perfeccionar a la persona, a
toda la persona, ha de
transformarse en cultura, o, mejor dicho, ha de ser el principio
de la obra humana en
sentido general que constituye la cultura. Así, la verdad
es un proyecto a realizarse
desde la libertad humana y también
desde la acción de la
comunidad, proyecto que tiene su raíz última en el λόγος
θεοῦ, en la Razón
Creadora,
que ha hecho al hombre y lo ha constituido participe de su propio
λόγος al
disponerlo para la verdad en
su inteligencia y ordenarlo al bien a
realizarse por su
libertad.
Así
la obra de la cultura
se
ha de entender como la realización del λόγος
divino en
el orden humano, obra
que tiene en Cristo, λόγος
ἔνσαρκος
su máxima realización, dado que en él no sólo ha entrado el
destello de la luz eterna que significa toda razón humana, sino que
en él ha entrado la luz divina, substancialmente, la Verdad Plena,
la Prima Veritas
en la historia humana.
No
es casual que encontremos este lenguaje en la teología de la realeza
de Cristo de Benedicto
XVI: El mundo es
«verdadero» en la medida en que refleja a Dios, el sentido de la
creación, la Razón eterna de la cual ha surgido. Y se hace tanto
más verdadero cuanto más se acerca a Dios. El hombre se hace
verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a ser conforme a Dios.
Entonces alcanza su verdadera naturaleza. Dios es la realidad que da
el ser y el sentido.
El desafío dialógico
Una vez establecidos los principios filosófico-teológicos que
nos urgen al diálogo, es necesario también considerar algunos
aspectos de su constitución concreta en el orden práctico. En
primer lugar podemos hablar de la existencia de obstáculos
subjetivos para el diálogo. Estos pueden ser: indisposición para la
escucha; disminución de la capacidad de comunicación; prejuicios
irracionales de orden moral o afectivo; influencia de la ideología;
pertenencia a sociedades cerradas; la herida del pecado. En primer
lugar se han de considerar como impedimentos que pueden estar
obstaculizando nuestra propia búsqueda de la verdad, en segundo
lugar, se han de considerar como obstáculos que pueden estar
afectando a nuestros interlocutores. Así, la disposición para el
diálogo ha de iniciar en el examen crítico de nuestra propia
conciencia y ha de tener en cuenta, también, que muchas veces el
diálogo se ve imposibilitado no por los contenidos racionales del
mismo diálogo sino por la libertad humana.
Dinamismo del diálogo: gradualidad
No
basta con considerar las dificultades que en el orden subjetivo se
imponen al diálogo, es necesario tener en cuenta que el diálogo es,
del mismo modo que
la búsqueda de la verdad
una
actividad eminentemente ardua. Siendo su objeto
último la
promoción de la verdad
plena en
las conciencias y
de su necesaria realización práctica en todos los aspectos de la
vida humana en el orden de la cultura
es
una tarea cuyo objeto tiene una extensión sobre-abundante.
Esta
extensión ha de tenerse presente al
emprender el
diálogo, como
tratándose
del
fin último de
todo encuentro
dialógico, como
el horizonte de su
realización. Sin
embargo, ha de tenerse presente, también, que el encuentro
con la verdad en
las condiciones presentes está medido por el tiempo y se realiza en él de modo que subjetivamente se efectúa con gradualidad en
el camino de la vida.
Considerar la gradualidad es
sumamente importante, especialmente, cuando se intenta ofrecer la
verdad
contemplada. Es
necesario saber que subjetivamente tanto las indisposiciones
personales como la limitación misma de la capacidad humana en su
misma constitución actual hace necesario que la comunicación
de
la verdad se
de en
grados o niveles,
de acuerdo a las condiciones y
disposiciones de
nuestro interlocutor o
interlocutores, del mismo modo que la misma gradualidad aparece como nota esencial de nuestro propio dialogo interior que busca la verdad.
Esta gradualidad, como
condición intrínseca de la aventura
de la verdad
se
puede expresar, integrando la vía ascendente con la vía descendente
del siguiente modo:
La visión cristiana del hombre tiene
un contenido teológico que ha sido conocido por el hombre a través
de la divina revelación y del asentimiento de la fe. Este nivel
sobrenatural de la Verdad exige un compromiso bautismal en el
anuncio, que invita a los cristianos a proponer a todos los hombres
el mensaje divino de la salvación. Sin embargo, dado que la fe
implica un acto de la voluntad aunque deba ser procurado por los
cristianos no puede forzar la libertad de asentimiento de los sujetos
que reciben el anuncio. De modo que el mensaje evangélico ha de ser
propuesto en la dinámica interacción de los agentes de la cultura y
a todos los hombres con toda su fuerza. Pero,
este no es el único nivel en el que los cristianos se pueden
comprometer con la edificación de la cultura. Dado que la verdad
revelada y la verdad natural tienen una unidad, es posible proponer
en el ámbito público las verdades humanas que la razón por sí
misma puede descubrir y que se imponen por la fuerza misma de los
argumentos, por la validez de las demostraciones y por la evidencia
que proporcionan.
Dinamismo del diálogo: condescendentia
En este sentido es necesario
invocar un principio más tanto en el orden teórico como para la iluminación práctica, siguiendo, como lo hemos hecho, el máximo modelo dialógico que
tenemos: la revelación.
Hemos presentado a la
revelación misma como un diálogo y hemos hecho ya alguna anotación sobre ella como palabra descendente que alcanza la palabra ascendente. Los Padres de la Iglesia, sabiamente se
preguntaron sobre las posibilidades de este encuentro dialógico en los siguientes términos: ¿Cómo
es posible que Dios infinitamente trascendente, Sabiduría Eterna,
pueda comunicarse con el hombre quien es una criatura sumamente
limitada
que
conoce con tanta parcialidad?
La respuesta ya prevista no deja de ser
sorprendente. Dios fue condescendiente
con
el hombre. El término griego que hemos utilizado anteriormente "συνκατάβασις"
hace
alusión, al igual que el latino, al descendimiento. Dios
descendió desde
su sabiduría
infinita, para
hablar lenguaje humano. Y pronunció palabra divina en lenguaje
humano.
Así,
el Espíritu Santo habló por los profetas en términos que nosotros
pudiéramos comprender.
Llegada
la plenitud de los tiempos la condescendencia divina llevó al Padre
a enviar a su Hijo, el λόγος
eterno,
la Palabra eterna que habría de comunicarnos la Verdad Plena. Y
el λόγος
se
hizo carne por
obra del Espíritu Santo, comunicándonos
el misterio profundo de Dios,
redimiendo
nuestra naturaleza herida por el pecado y haciéndonos participes de
la vida divina.
Esta συνκατάβασις
llevó al Hijo eterno del Padre a tomar la condición de
hombre, más aún, de
último y de servidor de todos, rebajándose
hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Y
este hecho no deja de realizarse. Quien quiera buscar la verdad,
quien quiera comprometerse en la διακονία de
la verdad, ha
de descender desde
la Verdad que
recibe de lo alto como don hasta la realidad concreta de sus hermanos,
haciéndola cada vez más accesible, gradualmente y con firmeza,
sabiendo que su mismo servicio hacia la verdad,
por
amor al hombre y para la cultura auténtica estará siempre marcada
con el signo del crucificado.
Y
aquí aparece un elemento más que ha de sellar las reflexiones
precedentes: Tanto la búsqueda de la verdad ascendente, como su
descenso gratuito están precedidos del amor
que
busca llevar al hombre a su plenitud. En
el primer caso como amor ascendente -ἔρος- y en el segundo caso como amor
descendente y desinteresado ἀγαπῇ. El
binomio amor y
verdad, aparece en el corazón del diálogo
como inseparable. Así,
la dinámica descendente - συνκατάβασις-
del ἀγαπῇ muestra “el diálogo” en su sentido más pleno y
perfecto, de
modo que el diálogo
intersubjetivo en
el encuentro personal aparece teniendo
su
más auténtico λόγος
en
el amor honesto y
desinteresado, y sólo desde él puede proyectar
tanto
su
auténtica
fuerza
como
su
principio legítimo.
El diálogo precedido por el egoísmo, los deseos de dominación o de
instrumentalización, traiciona los principios mismos del diálogo
que se fundan integralmente desde el amor honesto en la verdad: "Caritas in Veritate".
Pero,
también, en
la dinámica
descendente - συνκατάβασις-
del ἀγαπῇ aparece como elemento constitutivo
la
esencial
entrega personal,
implicada
necesariamente en el diálogo auténtico y
motivada
por el amor
puro que
aparece marcado
con el signo elocuente del sufrimiento y
del sacrificio.
Estamos llamados a ver en el signo del crucificado, quien
siendo la Prima
Veritas es
también la Verdad
Escatológica,
la
palabra definitiva sobre la verdad
y sobre el diálogo, la
palabra definitiva sobre lo que significa estar al servicio de la
verdad ejerciendo
aquella función profética en el anuncio de las verdades, en la
denuncia de los errores y en el consuelo que la misma verdad
ofrece a la humanidad. Así,
el diálogo que promueve la verdad por
amor,
asumido desde la vocación cristiana, se constituye como un martirio
[μαρτυρία].
El
diálogo en el
sentido pleno
al que hemos intentado comprender
se
da finalmente en el encuentro personal, como un acto específico de entregar al
otro, a los otros y a la cultura misma y por amor desinteresado un
testimonio auténtico
de la verdad,
verdad
que
se ha recibido de la Palabra
de
Otro, en
el seno de un diálogo
precedente,
en la apertura y en la escucha a los demás desde la verdad contemplada.
¿Y qué significa dar testimonio de la verdad? Le cedo la palabra al Eminentísimo Doctor de nuestro tiempo:
Dar testimonio de la verdad»
significa dar valor a Dios y su voluntad frente a los intereses del
mundo y sus poderes. Dios es la medida del ser. En este sentido, la
verdad es el verdadero «Rey» que da a todas las cosas su luz y su
grandeza. Podemos decir también que dar testimonio de la verdad
significa hacer legible la creación y accesible su verdad a partir
de Dios, de la Razón creadora, para que dicha verdad pueda ser la
medida y el criterio de orientación en el mundo del hombre; y que se
haga presente también a los grandes y poderosos el poder de la
verdad, el derecho común, el derecho de la verdad.
«Redención», en el pleno
sentido de la palabra, sólo puede consistir en que la verdad sea
reconocible. Y llega a ser reconocible si Dios es reconocible. Él se
da a conocer en Jesucristo. En Cristo, ha entrado en el mundo y, con
ello, ha plantado el criterio de la verdad en medio de la historia.
Externamente, la verdad resulta impotente en el mundo, del mismo modo
que Cristo está sin poder según los criterios del mundo: no tiene
legiones. Es crucificado. Pero precisamente así, en la falta total
de poder, Él es poderoso, y sólo así la verdad se convierte
siempre de nuevo en poder. En el diálogo entre Jesús y Pilato se
trata de la realeza de Jesús y, por tanto, del reinado, del «reino»
de Dios. Precisamente en este coloquio se ve claramente que no hay
ruptura alguna entre el mensaje de Jesús en Galilea —el Reino de
Dios— y sus discursos en Jerusalén. El centro del mensaje hasta la
cruz —hasta la inscripción en la cruz— es el Reino de Dios, la
nueva realeza que Jesús representa. La raíz de esto, sin embargo,
es la verdad. La realeza anunciada por Jesús en las parábolas y,
finalmente, de manera completamente abierta ante el juez terreno, es
precisamente el reinado de la verdad. Lo que importa es el
establecimiento de este reinado como verdadera liberación del
hombre. (Benedicto XVI)
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