SOCIEDAD MEXICANA DE FILOSOFÍA
Congreso Nacional de Filosofía
LA CONCIENCIA
MESA REDONDA: LA CONCIENCIA Y LA RELIGIÓN
1. Existe una
relación natural entre conciencia y religión. Si consideramos la “conciencia” como
todos y cada uno de los actos propios de la interioridad, tanto los
cognoscitivos, incluyendo la percepción, la aprehensión del ente y los juicios que
nacen en el entendimiento, como los apetitivos en cuanto manifiestos, podemos establecer un carácter
esencialmente religioso de la conciencia.
2. Esta
afirmación se funda en que la conciencia se establece en la base común de todos
los actos subjetivos: el encuentro entre la persona y el ser. En este sentido
podemos decir que la conciencia es siempre conciencia del ser, y, como afirmaba
Octavio Nicolás Derisi o se manifiesta como conciencia del ser transubjetivo, o
del ser inmanente. En otras palabras, la conciencia del ser, o es conciencia
del “ser poseído” o es conciencia del “ser” exterior. Esto visto de manera
integral puede expresarse así: en un mismo acto del entendimiento aparece tanto
el ser conocido como la conciencia del ser que conoce, es decir del yo; o bien
la conciencia del yo sobre la base de la experiencia del ser.
3. La
conciencia del ser finito, aparece primeramente como conciencia del ente
corpóreo que siendo el objeto propio del entendimiento humano también es el
primer dato de la conciencia. De la experiencia del ente corpóreo que incluye la
concomitancia del sujeto que conoce, se puede conocer el ser espiritual,
primeramente del alma, que sustenta metafísicamente el mismo dinamismo de la
conciencia. De esta experiencia se deriva la experiencia del ser espiritual, el
ser finito que no está necesariamente reducido a la materia, aunque se exprese
y se conozca a través de ella.
4. En la
conciencia del ser finito, material y espiritual, aparece, un dato más: el ser
finito es, sin ser él mismo la causa
de su propio existir, y, por tanto, de la conciencia del ser finito se afirma
necesariamente en su propio dinamismo, la existencia del Ser subsistente y eterno, como causa y principio del ser finito. De
este modo señalamos que la conciencia del ser
finito, incluye en sí mismo, la posibilidad del asenso metafísico a la
conciencia del ser eterno, Dios, como
su fundamento causal y también como razón de la perfección propia de cada ente. En este sentido, Dios mismo
aparecería como el fundamento de todo acto de la conciencia por cuanto que el ser, tanto inmanente, es decir del yo,
como transubjetivo, son por razón del ser
eterno.
5. Ahora bien,
esto no sólo se afirma del entendimiento especulativo, sino también en el orden
práctico. Así como el Ser eterno y
necesario, es la causa del ente finito y contingente, la dinámica apetitiva
que aparece en la conciencia cuando se aprehende al ente no sólo como verdadero
sino en razón de fin, y, por tanto, como bien,
en cuanto perfectivo y consumativo, es esencialmente religiosa. Y esto lo
decimos porque de modo semejante a lo que hemos afirmado previamente, la razón misma
de bien se funda sobre el ser participado, en cuanto a que el
mismo ser participado es en alguna
medida, la de su esencia, perfecto y perfeccionador. Es decir, el ente es bueno por participar de la bondad del Sumo Bien según un modo de ser.
6. Siguiendo
esta argumentación podemos afirmar que Dios no sólo es el primer principio de
la bondad ontológica participando la
bondad a cada ente, sino que en cada ente finito y contingente, al haber
potencia tiene una radical perfectibilidad. Viniendo su perfección actual de
Dios, también encuentra en él su razón absoluta de perfección y consumación no
sólo como principio sino también como fin.
A esto se refiere Santo Tomás cuando afirma que Dios no sólo es el Sumo Bien, sino también el Bonum in comune, el bien para todos los
entes finitos.
7. El hombre,
cuya conciencia del ser posibilita su actuar,
actúa desde el principio
intrínseco de su voluntad indeterminada respecto a los bienes finitos según el conocimiento formal que adquiere de ellos
en razón de fin “voluntas ut ratio”, es decir conforme a la conciencia subjetiva
que tiene del ente en relación a sí mismo. Pero, al mismo tiempo, su voluntad está
determinada respecto al Sumo Bien, Dios, como objeto natural “voluntas ut
naturam” de su apetito. Siguiendo esta afirmación de San Agustín podemos decir
que la estructura misma de la moralidad es también esencialmente religiosa,
independientemente de la claridad de la conciencia respecto al fin último, por
cuanto Dios es el fin último objetivo de
la acción.
8. El carácter
intrínsecamente religioso de la moral, aunque es evidente en sí mismo, no lo es
para el hombre sino a través de un proceso racional según el cual pueda ordenar
su acción respecto a los bienes humanos en razón del fin último, Dios. Este es el principio necesario para el actuar
razonable, que dota de sentido, orden, dirección, y contenido moral al obrar
humano y a la vida humana. El obrar
humano para hacerse plenamente consciente de su propio dinamismo y responder a
él requiere partir de la consideración del fin último para ordenar su acción
hacia él. Por eso Santo Tomás, funda la moral en el tratado de la
bienaventuranza en el que incluye no sólo a Dios como Sumo Bien sino también como Sumo
Bien para el hombre libre, al ser sólo Él el fin que puede darle plenitud ontológica y consumarlo en la
bienaventuranza.
9. Al afirmar
el carácter intrínsecamente religioso del fin último debemos afirmar también el
carácter intrínsecamente religioso de la norma
moral. Más aún es en la experiencia moral donde aparece quizá con mayor
claridad el carácter religioso de la moral. Y esto, precisamente, porque el
hombre se descubre, en la conciencia de su propia acción, obligado a hacer el bien y a evitar el mal, conforme a la recta razón, obligación que no implica necesidad, sino que se impone en su
conciencia en el horizonte de su libertad.
10. Pero la norma moral, no está determinada por el
hombre mismo en su conciencia, sino por el autor de su naturaleza, es decir por
Dios en cuanto a creador, y consumador de su naturaleza es decir, en cuanto fin
último de su existencia. Así como en el orden especulativo la conciencia se
establece en el encuentro con el ser, siendo el ser la medida de la conciencia
en los actos de la interioridad, en el orden moral, la conciencia se establece en
la consideración del acto humano o de la persona que actúa, siendo su relación
con el fin último y la norma moral la medida de su moralidad. En este sentido la norma moral relaciona la interioridad misma de la conciencia no
sólo con el ser transubjetivo ni sólo con el Ser eterno y necesario en cuanto conocida su existencia, sino específicamente con la voluntad
divina para la acción libre, y, por tanto, vincula religiosamente cada acto
humano con Dios autor de la ley.
11. La
conciencia de la acción manifiesta tanto al ser inmanente que es el sujeto
moral en cuanto agente, como la acción misma ya sea antecedentemente o
consecuentemente en relación a la norma moral, y por tanto, a Dios en cuanto a
su autor y fin último. Y, mientras que la conciencia es un hecho
fundamentalmente subjetivo, la
constitución del acto de la conciencia moral implica el carácter objetivo de la
norma como principio extrínseco, es decir, no determinado por el sujeto aunque
aparezca en su interioridad como manifestativo del bien humano y de la voluntad
divina. Este carácter manifestativo de la conciencia moral respecto a la ley
natural, y, por tanto, respecto a la voluntad divina hace de su juicio
normativo e implica el orden de la justicia, es decir, el de la retribución de
la acción.
12. De estas
notas se deriva el carácter específico del juicio moral que aparece en la
conciencia: la conciencia juzga sobre su acto conforme a la razón de bien. Si
el juicio se funda en la razón de bien, aunque sea un acto subjetivo, su
aspecto formal es objetivo. El aspecto formal del juicio moral en la conciencia,
entonces, es la ley natural que establece la razón de bien para el hombre,
conocida por la recta razón. Y esto nos lleva a una conclusión fundamental: si el
acto humano es moral por ser materialmente libre y por ser formalmente normado
por la ley natural, su carácter libre en relación a la norma moral hace que
todo acto libre sea esencialmente religioso, en cuanto significa una respuesta
a la voluntad divina manifestada en la conciencia, ya sea en sentido positivo o
en sentido negativo, pero en ambos casos significando relación determinativa
con Dios.
13. Santo
Tomás de Aquino al hablar sobre la virtud de la religión dice que la esencia de
la religión es el orden a Dios, ya sea por reelección o por religación. Y
señala que el hombre debe ligarse a Dios como a su principio indeficiente y al
mismo tiempo tender sin cesar hacia él en su elección como fin último. Estas
notas, que son esenciales a la religión, se cumplen en todo lo que hemos dicho,
tanto desde el punto de vista de la conciencia psicológica que refiere al orden
especulativo como la que refiere al orden práctico. Son precisamente el
conocimiento y la elección de Dios, los actos supremos de la subjetividad, pero
no sólo como actos aislados y superiores, sino como ordenadores de sentido del
resto de sus actos.
14.
Ahora bien, la religión es la cumbre de la vida moral como enseña Santo Tomás,
porque mientras que las virtudes morales se desarrollan sobre los medios que se
ordenan a Dios como fin, la religión realiza lo que se ordena hacia Dios. Y
esto en un sentido primeramente interior que implica el conocimiento amoroso de
Dios y, junto con él, en un sentido exterior que integre tanto la dimensión
corpórea como social para la manifestación del honor divino en la cultura. De
este modo la religión no sólo se eleva como la cumbre de la vida moral sino
también de la vida social. Luego, integrando la vida especulativa y moral en la
virtud de la religión, descubrimos su carácter humano más integral. El hombre
religioso se esfuerza por conocer a Dios, cumplir su voluntad y rendirle honor.
15. Si no
afirmamos el carácter intrínsecamente religioso de la conciencia, descubriendo
en el dinamismo mismo del ser y del bien al principio del ser y de la bondad, Dios,
la conciencia humana tanto del ser como del bien se hace absoluta, autónoma, y
creativa tanto de sus objetos intelectuales como de su norma moral. La
conciencia “absoluta” de la modernidad, en realidad, aunque parezca afirmación
de la conciencia es su disolución, porque al no fundar la conciencia en la
estabilidad del Ser eterno, y
fundarla en la contingencia del ser inmanente, se queda sin fundamento real y se
disuelve en la nada. La conciencia “absoluta” de la modernidad, es idealista en
el orden especulativo, perdiendo su relación al ser, es relativista en el orden
moral perdiendo su relación al bien y es nihilista en su fundamento perdiendo
su relación con el todo.
16. Un intento
de fundar la conciencia en el ser transubjetivo del “Tu”, del otro, de la “persona”
sin llegar al Ser eterno, como
fundamento del ser personal es gravemente deficiente. La conciencia “personalista”
de la modernidad, tampoco logra fundar la razón del ser contingente ni mucho
menos la razón de bien que queda reducida al respeto del “otro”, renunciando a
la consideración objetiva del bien, del fin último y de la norma moral, haciendo
del “otro” y del “yo” la única fuente de la moralidad. Únicamente afirmando el
sentido religioso del entendimiento, de la voluntad, del fin último, de la
norma moral, de la moralidad en sí misma, de la persona y de la sociedad,
podemos comprender el altísimo valor de la conciencia y su dignidad real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario