En el aspecto formalista de la razón subjetiva, tal como lo destaca
el positivismo, se ve acentuada su falta de relación con un contenido
objetivo; en su aspecto instrumental, tal como lo destaca el
pragmatismo, se ve acentuada su capitulación ante contenidos
heterónomos. La razón aparece totalmente sujeta al proceso social. Su
valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los hombres y
la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. HORKHEIMER, M. Crítica de la razón instrumental, [32]
θεορειν como fundamento del obrar
Las reducciones gnoseológicas que tienen su máxima expresión en el escepticismo han ido ocultando la auténtica racionalidad, que ni es formalista porque tiene su fuente en la experiencia que pasa por los sentidos hasta llegar a predicar sobre el ser objetivo, ni es sólo instrumental pues se funda en la contemplación -θεορειν- y no se mide sino por el criterio de verdad. En la vida contemplativa, en cuanto a actividad humana, se manifiesta el ser del hombre en sus dinámicas más profundas y en ella se establece el fundamento de la vida activa en la manifestación del objeto de su acción.
El obrar humano: manifestación del ser
En el orden ontológico el ser sigue al obrar siendo el primero radicalmente prioritario, pero en el orden gnoseológico se conoce el ser por el obrar, las facultades por los actos, y la esencia por los accidentes que son su manifestación. La substancia ciertamente está debajo y como tal no es accesible inmediatamente, sino mediatamente a través de la dinámica cognoscitiva íntegra que implica en primer lugar percepción y abstracción al menos en la delimitación del "quid" y posteriormente juicio y raciocinio que pueden conducir tanto al juicio de definición como a la sistematización de las notas esenciales.
La segunda etapa es la de la inquisitio, que ha de ser diligente y sutil para poder profundizar en el conocimiento de su objeto, sabiendo que tal profundización, en primer lugar, es una reducción de la riqueza de la experiencia del ser porque es universalizante, y en segundo lugar es aunque válido y adecuado, limitado, parcial y muchas veces contextual al menos en su dimensión semántica. Sin embargo es objetivo, comunicable y puede ser verdadero, y en él se ha de fundar la acción no sólo en su dimensión contingente sino desde lo necesario, enraizando su obrar en la estabilidad de los primeros principios.
Este nivel es sumamente amplio pues en él se establece tanto la ciencia como la sabiduría. Cada uno de estos hábitos genera un corpus de doctrinas que penetran con profundidad en la realidad y tiene un tipo de discurso distinto junto con sus niveles de abstracción propios. Mientras que la ciencia sería un conocimiento cierto de la realidad según sus causas próximas, la sabiduría desarrollaría un conocimiento cierto de la realidad según sus causas primeras y sus primeros principios. La ciencia en sus distintos niveles de abstracción genera un conocimiento que afecta radicalmente la acción sobre todo en el hacer, y la filosofía genera un corpus de conocimiento que afecta radicalmente la acción, no sólo en el hacer al que le da una finalidad sino también en el actuar. De modo que el contemplar en estos dos niveles se vuelve la fuente del obrar, o al menos parecería que dada la estructura de la persona, esto sería lo más natural a menos que se obrase sin racionalidad o con una racionalidad reducida.
La visión, aristotélica, funda toda la vida activa en la vida contemplativa. Y tiene sentido pensar que se obra en razón de una intención que es concebida en la inteligencia. Sin embargo, aunque en la estructura de la acción la acción humana es siempre finalizada por lo menos en cuanto a que procede de un principio intrínseco, la voluntad, con conocimiento formal del fin, las
acciones humanas no son hechos aislados sino que pertenecen a la
dinámica vital en donde unas acciones se subordinan a otras de modo que
algunos actos en sí mismos toman razón de medios en relación a otros a
pesar de que en cada uno de ellos haya un fin intrínseco a la acción. Y
tal jerarquización de actos y de fines requiere un principio rector que pueda dar unidad y orden al obrar.
Es un hecho manifiesto que el hombre obra desde lo que conoce e incluso hacia lo que conoce, y esto no sólo en la vida cotidiana, sino que si consideramos en un sentido global tanto la existencia personal como la cultura en una determinada sociedad podemos decir que no sólo es objeto de acción un determinado objeto de conocimiento, sino que la dimensión personal de la acción está estructurada por la dimensión general del conocer en relación a los primeros principios del ser sobre los que versa la filosofía. Dicho de otro modo, en un sentido general, según la concepción antropológica y la ontología fundamental que se posea se actuará y esto aunque no en todos los actos se verifique por lo menos la misma racionalidad intrínseca a la acción lo haría verificarse en la dimensión histórica y global de la existencia.
La dialéctica de la ilustración
Así, podemos pasar de la reflexión propia sobre la "tarea del filósofo" que es en sí una manifestación de la dimensión constitutiva de lo humano a la reflexión sobre su ser o esencia en sentido universal, y viceversa. La tarea filosófica es una actividad humana que manifiesta por un lado que el obrar humano no sólo es vida activa, y por otro lado que el actuar, πραττειν, y el hacer, ποιεν, por sí mismas exigen la actividad intelectual: el contemplar, θεορειν. Pero lo esencial de θεορειν es su carácter desinteresado en relación a otros bienes, el no tener cualidad de medio sino de fin y el poder organizar los medios en torno de sí. Es el reconocimiento de que la verdad en sí misma es un bien honesto, arduo y sumamente importante pues en ella y desde ella se despliega todo el obrar humano.
De ahí que la crítica de Horkheimer y Adorno a la dialéctica de la ilustración no sea sólo una crítica cultural sino que se fortalece al manifestarse como una crítica antropológica. Es la denuncia de una actitud generalizada que no hace justicia a la vida del hombre, es la evidenciación de un reduccionismo que se ha impuesto en la cultura ilustrada no sólo en la modernidad sino desde la antigüedad.
Tal actitud se ha fundado en la conciencia de la incapacidad de conocer el ser o en sus pretensiones de conocerlo únicamente como medio de dominación. El conocimiento cierto y adecuado con su ilusión semántica cederían su lugar a un conocimiento que se validaría no en sí mismo sino en su capacidad de transformar la realidad, y en particular la realidad material. De modo que tenemos una premisa escéptica que se funda en las dificultades que acarrea la búsqueda de la verdad y una concepción utilitaria, o bien instrumental de la racionalidad.
Esta concepción del quehacer intelectual no es capaz de moderar su búsqueda de la verdad en la austeridad de la humildad y en la altura de la magnanimidad. Ambas virtudes coexistiendo podrían integrar lo mejor tanto de la actitud escéptica como de la actitud racionalista, que pretendería tener ciencia omni-comprehensiva y univoca, con la intuición pragmática que queremos resaltar: el conocimiento funda la transformación de la realidad.
De este modo afirmamos que es cierto que el conocimiento funda la transformación de la realidad, pero que es falso que el conocimiento se reduzca a su capacidad de producir un cambio. Es falso, también, que el conocimiento sea sólo un medio de dominación de la naturaleza y peor aún de la sociedad por parte de unos cuantos grupos privilegiados. Nuevamente hacemos ver la actitud metodológica previamente señalada: La mayoría de los razonamientos filosóficos son verdaderos en lo que afirman pero falsos en lo que niegan. La reducción pragmática consiste en la negación del carácter real, honesto y fundante de la verdad en la dinámica humana y cultural.
La racionalidad ilustrada ha dejado de versar sobre los fines y se ha dedicado a versar sobre los medios y de ahí le viene su carácter instrumental. En una visión positiva del pragmatismo podríamos decir que la racionalidad es ciertamente instrumental, pero no sólo instrumental, es también teorética, no sólo por razones teóricas sino por razones intrínsecas a la acción pues al no atender los fines los medios se vuelven ciegos e incluso irrelevantes. La racionalidad, es ante todo, visión y conocimiento del ser, y en cuanto verdadero entonces puede ser causa eficaz de la acción y no al revés. De otro modo se pensaría que el hombre mismo y su inteligencia estaría limitado a un cierto "connatus" de sobrevivencia, un "connatus" ciego, a tientas. De hecho esta parece ser la visión pragmática pero el mismo Spinoza se dio cuenta que el "connatus" es manifestación del espíritu no su reducción a la dinámica instintiva.
La razón no es dominación en sí misma, el señorío sobre la naturaleza no es la justificación a-priori del conocimiento, sino que es tan sólo la manifestación de la capacidad real de conocer, pero, si a este señorío se le desvincula del conocimiento verdadero lo único que queda es la racionalidad instrumental, en dónde no sólo la razón sería instrumentalizada sino la misma persona quedaría siempre en el nivel de medio como ha sucedido en los totalitarismos.
El pragmatismo, al intentar la conversión de la física experimental en el prototipo de toda ciencia y el modelamiento de todas las esferas de la vida espiritual según las técnicas de laboratorio, forma pareja con el industrialismo moderno, para el que la fábrica es el prototipo del existir humano, y que modela todos los ámbitos culturales según el ejemplo de la producción en cadena sobre una cinta sin fin o según una organización oficinesca racionalizada. Todo pensamiento, para demostrar que se lo piensa con razón, debe tener su coartada, debe poder garantizar su utilidad respecto de un fin. Aun cuando su uso directo sea “teórico”, es sometido en última instancia a un examen mediante la aplicación práctica de la teoría en la cual funciona. El pensar debe medirse con algo que no es pensar; por su efecto sobre la producción o por su influjo sobre el comportamiento social... HORKHEIMER, M. Crítica de la razón instrumental, [61]
La actividad contemplativa es necesaria en el desarrollo personal y cultural de la sociedad. No se puede renunciar ni a la ciencia, ni a la sabiduría. No es irrelevante para el obrar la cuestión de la verdad pues únicamente lo verdadero es bueno en razón de ser perfeccionante en sentido auténtico. El bien humano no es sólo la dominación de lo contingente. Su primer bien es el conocimiento de la verdad y sólo desde la verdad puede actuar con libertad, puede desarrollar su personalidad en la acción y transformar el mundo para los fines auténticamente humanos. De modo que la acción es perfección en razón del bien que le procura al hombre en cuanto libre y la razón del bien que le procura es buena cuando es verdadera. Y lo mismo sucede con la cultura. Una cultura que se funda sobre el error o sobre la opinión es una cultura que lejos de garantizar el desarrollo humano integral conduce al abuso y deja desprotegida a la persona.
La actividad intelectual por otro lado no sólo ha de buscar transformar las instituciones de acuerdo a la verdad alcanzada, sino integrar las distintas áreas del saber, puesto que la fragmentación es una de las causas de la razón instrumental. Una ciencia social que no se funda sobre bases firmes antropológicas y éticas se pone en riesgo de ser sólo descriptiva, nunca normativa, y en el peor de los casos destructiva pues no siendo por sí misma autosuficiente es incapaz de asumir toda la dinámica humana desde sus propios presupuestos que son parciales en cuanto a que su visión es parcial en razón de su objeto formal. Cuando desde su parcialidad intenta explicar la dinámica general y la reduce a una perspectiva, la acción aunque basada en la contemplación estaría limitada a fundarse en una racionalidad limitada que no puede más que dar respuesta a un determinado ámbito de la realidad. Es necesario recuperar, por tanto, tanto el espíritu realista que pueda fundar un humanismo integral, como el espíritu sapiencial que pueda integrar el conocimiento cierto de las distintas ciencias en la dinámica ontológica-antropológica general.
El pragmatismo nos enseña que el conocimiento es principio de transformación, Horkheimer nos enseña que la racionalidad instrumental es una racionalidad reducida, Aristóteles nos vuelve a mostrar la unidad intrínseca entre conocer y obrar en la unidad ontológica entre el bien y la verdad, y la modernidad nos ha enseñado que las ciencias sociales sin un fundamento antropológico y ético llegan a ser auto-destructivas. Horkheimer no alcanzó una solución positiva sino que encontró en la teoría crítica la mayor fuerza en la dialéctica de la oposición. Pero esta es ya, aunque explícitamente renuncie a la capacidad positiva de conocer el bien objetivo, una afirmación de la verdad en sentido negativo pues cuando afirma que la oposición dialéctica es real y que en el ámbito de la acción es posible cambiar los criterios negativos de la sociedad, que son válidamente conocidos en la fuerza de la antítesis está afirmando la veracidad de los contrarios que desea alcanzar.
Podemos concluir en que uno de los males de nuestra cultura es el haber renunciado a la verdad o el haberla reducido al mínimo. De ahí que la tarea del filósofo sea de reconstrucción de la unidad del saber en la verdad... pero para ello no pocas veces hay que deconstruir grandes paradigmas de la modernidad-ilustración. El pragmatismo es una gran tentación tanto para el filósofo como para el hombre de ciencia, y para ambos no menos que para el hombre moderno, con el agravante de que es justo el hombre de ciencia y el filósofo el promotor adecuado del valor de la ciencia en sí, y de la reflexión sobre los fines con los que se usa el conocimiento alcanzado.
La reducción de la razón a mero instrumento perjudica en último caso incluso su mismo carácter instrumental. El espíritu antifilosófico que no puede ser separado de la noción subjetiva de razón y que culminó en Europa con las persecuciones del totalitarismo a los intelectuales, ya fuesen sus pioneros o no, es sintomático de la degradación de la razón. HORKHEIMER, M. Crítica de la razón instrumental [64]
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